Ser santos en el mundo actual

El Santo Padre Francisco nos acaba de escribir una Exhortación Apostólica sobre la santidad en el mundo de hoy muy interesante y de lectura recomendada. Como casi todos sus documentos, comienza con una invitación a alegrarnos. La santidad es camino de felicidad y alegría, a imitación de la vida de Jesucristo. El santo es que una persona alegre porque busca en todo momento hacer la voluntad de Dios y la unión con Él. Esto supone estar abierto a los demás, algo que el Santo Padre destaca de manera especial como una característica del santo. La Santidad es el ejercicio de las Bienaventuranzas, es vivir en comunidad, empezando en la propia familia, es paciente, audaz y busca la constancia en la oración. El santo está abierto a la vida, el mundo y a los demás porque busca amar por encima de todo.

Frente a las circunstancias actuales de nuestra sociedad globalizada y que vive sin Dios, encuentro de gran significación e importancia este documento, en particular para remover los corazones de los creyentes y provocar una reacción profunda dentro de nosotros mismos para vivir la vida cristiana con plenitud. Sin necesidad de ser perfectos, pero con el firme deseo de buscar la perfección a la que Dios nos llama, es decir, a dejar que Dios nos vaya transformando, nos haga santos a pesar de nuestras deficiencias y debilidades, de nuestras imperfecciones. Dejar hacer a Dios en nuestras circunstancias personales, en nuestro día a día en el mundo de hoy. Afrontar la realidad con naturalidad y sencillez, pero deseando llegar a la santidad personal.

El nuevo documento nos ha llegado a las puertas del mes de María, a quien el Papa llama “la santa entre los santos” y ha querido concluir la Exhortación animándonos a acudir frecuentemente a su intercesión maternal, a Ella que es “la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. ” Nos invita a “conversar con ella”, ya que de esta manera “nos consuela, nos libera y nos santifica”. Nos recuerda que la Madre no necesita muchas palabras, no hace falta hacer un gran esfuerzo para contarle lo que nos pasa, es suficiente musitar a menudo: “Dios te Salve, María…”.

Mn. Xavier Argelich

Una Bendición Pascual para las familias

¡Cristo ha resucitado! Este es el gran anuncio a toda la humanidad desde hace veintiún siglos y que la Iglesia no se cansa de anunciar ininterrumpidamente.

La Resurrección de Jesucristo es el mayor acontecimiento de la historia del  mundo entero y del universo. Es el motivo principal de nuestra fe y la certeza más sólida de toda esperanza del cristiano. Por eso la celebramos con gran júbilo y una alegría inmensa. Animemos a nuestros familiares, amigos y conocidos a participar de esta celebración.

La Pascua de Resurrección es un buen momento para celebrarla, no sólo en la Iglesia, sino también en la Familia, por eso es una tradición bien arraigada la Bendición de las Familias durante este tiempo pascual. Podemos hacerlo comunitariamente o con la familia reunida. Pienso que este año es una buena ocasión para que todos recibamos esta bendición. Lo podemos hacer recitando esta oración en familia en nuestro propio hogar:

“Oh Dios, creador y misericordioso restaurador de tu pueblo, que quisiste que la familia, constituida por la alianza nupcial, fuera signo de Cristo y de su Iglesia, derrama la abundancia de tu bendición sobre nuestra familia, reunida en tu Nombre, para que quienes en ella vivimos unidos por el amor nos mantengamos fervientes en el espíritu y asiduos en la oración, nos ayudemos mutuamente, contribuyamos a las necesidades de todos y demos testimonio de la fe a través de nuestro amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.

La Resurrección de Cristo es un gran don para todos. Procuremos que sus frutos lleguen a todas las familias, tan necesitadas de la bendición de Dios. ¡Feliz Pascua!

Mn. Xavier Argelich

El reencuentro con Cristo

Adentrados en la Cuaresma, en este tiempo de preparación para la celebración de los grandes misterios de nuestra fe, queremos reencontrarnos, una vez más, con Cristo, nuestro Redentor. Nuestro caminar en este mundo está lleno de momentos de flaqueza y descamino, y necesitamos volver a la senda segura una y otra vez. Del mismo modo que en la vida familiar es necesario que se produzcan frecuentes reencuentros entre los esposos, entre padres e hijos y entre hermanos y, también, entre familiares y amistades, también debemos hacerlo en nuestra vida espiritual. Y menos mal que se dan estos reencuentros! Qué maravilla reparar, curar, cerrar heridas, perdonar y pedir perdón.

La Iglesia, que es Madre y familia, nos anima cada año con la Cuaresma a vivir un nuevo encuentro con Cristo, mediante la oración, el sacrificio y las obras de caridad, que nos facilitan el reconocer nuestros desvíos y descamines, nos empujan al arrepentimiento y a la contrición, para culminar en el abrazo paterno y materno de Dios en el esplendido sacramento de la Reconciliación, en la confesión contrita, concisa y completa de nuestros pecados. Así quedamos limpios y purificados en el alma para poder unirnos a Cristo en su Pasión y muerte y gozar con Él en la Resurrección.

Con frecuencia comprobamos y experimentamos todo el mal que nos rodea. Pero nos cuesta reconocer el mal que hay en nosotros. Cuando consigamos reconocerlo y enmendarnos, experimentaremos una gran alegría y un gozo inmenso, como tantas veces lo habremos experimentado a lo largo de nuestra vida.

Acudamos al glorioso San José, cuya fiesta celebraremos ya bien avanzada la Cuaresma, para que nos facilite el esperado y deseado reencuentro con Jesucristo, a quien él acogió con corazón puro y sincero.

Mn Xavier Argelich

La Familia, un gran bien

¿La familia está en crisis? Una visión general y algo superficial nos llevaría a contestar afirmativamente a esta pregunta, y seguramente así lo hemos hecho en más de una ocasión. Hay muchas familias realmente en crisis, pero en propiedad, la familia no está en crisis, todo lo contrario, la familia es y será siempre un gran bien. Es más, la familia es la solución a esa supuesta crisis, y por eso los cristianos debemos mostrar la fuerza, la belleza y el bien de la institución familiar.

La familia es un don precioso de Dios. En ella nacemos, crecemos, aprendemos y nos sentimos protegidos, a pesar de los pesares. Debemos valorar mucho nuestra propia familia, sea como sea, porque es la nuestra. En la medida en que la aceptemos y la amemos como es, nos será más fácil apreciarla, estar agradecidos y ayudar a mejorarla.

Todos necesitamos una familia y sentirnos parte de la misma. Cuando es así, es muy fácil reconocer el gran bien que es cada familia. Y cuando no es así, nos falta algo muy importante y básico para nuestro desarrollo integral. Es entonces, cuando debemos darnos cuenta de que la Iglesia es una gran familia capaz de acogernos a todos, sea cual sea nuestra situación personal, porque Dios es Familia y ha querido que el hombre y la mujer vivan en familia y lo mismo su Iglesia.

Preguntémonos cada uno qué puedo hacer para ensalzar el valor de mi familia, cómo puedo contribuir a que realmente refleje más la imagen de la Santísima Trinidad, siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Vale la pena el esfuerzo y el empeño por revalorizar el papel que juega la familia en nuestras vidas y en la sociedad entera. Cuando la familia va bien nos sentimos bien y afrontamos las dificultades con mayor optimismo y esperanza, Empecemos por rezar más por los miembros de nuestra familia y por la Iglesia entera.

Mn. Xavier Argelich

Año nuevo: Familia y llamada

Al iniciar un nuevo año formulamos nuestros buenos propósitos de mejorar en todos, o al menos en buena parte, de los distintos aspectos que conforman nuestra vida. Y es bueno que lo hagamos así, ya que supone un buen estímulo para seguir progresando como personas. Significa, también, que afrontamos nuestra existencia con ilusión y esperanza, avanzando hacia una meta concreta y definitiva, que nos interpela constantemente y nos muestra el camino a seguir, porque Él, Cristo, también lo ha recorrido, tal como hemos vuelto a revivir en estos días navideños.

Este año me propongo dedicar estas editoriales a reflexionar sobre dos aspectos de gran relevancia para la vida de la Iglesia y de la sociedad: la Familia y la llamada de Dios al servicio de su Iglesia y de todos. Son dos aspectos en los que el magisterio del Papa Francisco ha profundizado de manera especial y preferente. Y continuará haciéndolo, ya que sin la familia y sin vocaciones la transmisión de la fe no es posible. Para llevar el mensaje de Jesucristo al mundo entero se requiere que la institución familiar sea fuerte y que de ella surjan abundantes apóstoles, dispuestos a anunciar la Buena Nueva inaugurada con el nacimiento del Hijo de Dios.

Nos facilitará esta tarea la relectura de la Exhortación Apostólica “Amoris Laetiae”, la Alegría del Amor, así como los documentos preparatorios del próximo Sínodo de Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Empecemos el año con el propósito de rezar más por la familia y por los jóvenes. Tanto el relato del Génesis de la creación del hombre y la mujer, como el relato evangélico de la elección de los apóstoles se encuadran en un clima de oración y, a la vez, de cierta solemnidad. Por eso, la principal actitud de los que tenemos fe, frente a la familia y las vocaciones, es la oración y la consciencia de la trascendencia de ambas realidades, que son inseparables, para la vida del hombre y la mujer en la tierra.

Dios es familia, el Hijo de Dios nace en una familia, Dios llama al hombre y a la mujer a formar una familia y Cristo funda la Iglesia como familia y le otorga una misión bien precisa. Empezamos el 2018, y deseamos ser hombres y mujeres de fe a imitación de María, modelo de madre de familia y de correspondencia a la llamada de Dios. A ella acudimos confiados, especialmente el primer día del año, celebrando su Maternidad divina.

Mn. Xavier Argelich

La Palabra se hizo carne

Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento, en el que los cristianos nos preparamos para el nuevo advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo al final de los tiempos y para celebrar su nacimiento, al llegar la plenitud de los tiempos, en Belén.

El amor de Dios a los hombres es tan grande que se hace uno de nosotros: el Verbo de Dios, la Palabra, se encarna en el seno virginal de María. Dios, que nunca ha abandonado a sus criaturas, viene a nuestro encuentro. Él, que ha hecho todo mediante su Palabra, envía a su Hijo al mundo para que nosotros podamos encontrarlo, escucharlo y volver a Él una vez hayamos aceptado su Palabra, sus designios amorosos para con nosotros.

La Encarnación y el Nacimiento del Verbo suponen un antes y un después para toda la humanidad. Que la celebración de la Navidad, precedida del Adviento, suponga un nuevo impulso a nuestra vida cristiana. Dispongámonos a escuchar y meditar de nuevo los acontecimientos que serán proclamados desde el ambón: el anuncio del Ángel a María, las deliberaciones de san José, el gozo de Isabel, el nacimiento en un portal de Belén, el anuncio a los pastores, el canto de los Ángeles, la adoración de lo Magos e, incluso, la ingratitud del género humano. Estemos dispuestos a escuchar y recibir en nuestro corazón la buena nueva de Navidad, la alegría de la venida del Hijo de Dios, que nos trae sus Palabras de vida y salvación.

Alimentemos, en estos días, nuestra vida espiritual con los textos sagrados que la liturgia nos presenta y fomentemos la ilusión de la venida de Cristo a la tierra. Vivamos esta espera alegre cuidando de manera especial la Eucaristía dominical. Las velas de la corona de adviento que encenderemos cada domingo iluminarán nuestro interior para dar cabida y cobijo a la Palabra, al Niño-Dios que nacerá en Belén. ¡Feliz Navidad!

Mn. Xavier Argelich

La Palabra nos santifica

Este mes recordamos a todos aquellos que han alcanzado la Bienaventuranza, y pedimos por los que todavía se purifican antes de llegar a la gloria definitiva.

Son aquellos que han escuchado la Palabra de Dios y la han puesto en práctica (cfr. Lc. 11,28). Nos han dado ejemplo de fidelidad a la Palabra de Dios y, a la vez, de conversión y luchas, de triunfos y derrotas, pero que han sabido levantarse y mantener la esperanza y el deseo de alcanzar la meta, el premio definitivo.

Escuchar la Palabra y vivirla nos santifica. Cristo nos enseña y muestra el camino de la santidad. Fomentemos y renovemos nuestros deseos de santidad, sin miedo a ser santos de verdad.

La Iglesia proclama la llamada universal a la santidad tal como Jesucristo nos la ha anunciado. Todos, con la gracia de Dios, podemos llegar a ser santos, es más, estamos llamados a ser santos con los medios que Él nos da y que encontramos en la Iglesia, y eso, por los méritos de nuestro Señor Jesucristo.

Hagamos nuestra la Palabra de Dios, que ella oriente nuestra vida, que sea el referente para nuestras decisiones, que sea la fuente de nuestra oración y que impregne todas nuestras relaciones personales, laborables y sociales.

Y no dejemos de rezar y ofrecer sufragios por todos los difuntos.

Mn. Xavier Argelich

El anuncio de la Palabra

Dios no se impone. Y es el único que podría hacerlo sin faltar a la justicia y a la libertad. Pero no lo hace. Ha escogido darse a conocer  a través del Verbo encarnado y anunciar y revelar la venida del Reino de Dios, de la salvación, para que cada uno libremente la acepte en su corazón.

Nuestro Señor Jesucristo, antes de volver al Padre, se dirige a aquellos que le han seguido y son testigos de su resurrección y les deja sus últimas palabras: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Y así lo hicieron, y así debemos continuar haciéndolo todos los que creemos en Él.

La Palabra de Dios se nos ha dado para vivirla y transmitirla. Cuanto más la vivamos, más y mejor lograremos hacerla llegar a los demás hombres y mujeres.

La Iglesia y los cristianos no han dejado de hacerlo desde ese día de la Ascensión del Señor a los cielos. Ilusionémonos con el anuncio de la Palabra! Seamos verdaderos apóstoles, anunciadores del don de Dios, que sale al encuentro de todos y de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Anunciar la Palabra de Dios es muy gratificante, ya que nos acerca más a Él y nos lleva a dar a los demás lo mejor que tenemos: Dios mismo. Anunciamos la felicidad, la alegría del Evangelio, la paz, la justicia, la verdad, la caridad, la fraternidad, etc. En definitiva, anunciamos el Amor de Dios a los hombres. Nada llena más que éste amor. Si acogemos el Amor de Dios habremos dado sentido a nuestra vida. Si, además, lo propagamos devolveremos a muchos el sentido de sus vidas. Sintamos con San Pablo ese Amor de Cristo que nos apremia y nos lleva a anunciar el Evangelio.

Mn. Xavier Argelich

Palabras de vida eterna

Al terminar el discurso eucarístico, recogido por san Juan en su evangelio, se produce una gran desbandada de discípulos del Señor. No han entendido el valor y significado de las palabras de Jesús. Ante ese abandono masivo de seguidores, Cristo se dirige a los doce y les pregunta si también quieren dejarlo. Pedro contesta por todos: “¿A quién iremos? Tú tienes Palabras de Vida Eterna”.

Ante los horribles atentados terroristas del pasado 17 y 18 de agosto de 2017, nuestra reacción fue la de rezar, acompañar lo más cerca posible a las víctimas, socorrerles en lo que pudimos, y también, rezar y perdonar a los causantes de la barbarie. Y continuamos haciéndolo. Pero esto no impide que reflexionemos y nos preguntemos qué pasa en nuestra sociedad.

Ante tal panorama, me vino a la cabeza la escena evangélica que acabamos de recordar. Son tantos los alejados de Dios, los que no conocen al verdadero y único Dios. Continuamos en desbandada. Y la solución nos la sigue dando Pedro después de tantos siglos: “A quién iremos, Tú tienes palabras de vida eterna”. Palabras de Verdad, de Caridad, de Amor, de Paz, que nos conducen a la auténtica libertad y felicidad. No nos dejemos engañar, Él es quien tiene palabras de vida eterna, no de muerte y destrucción. La Palabra de Dios nos lleva a vivir conforme a lo que somos y a construir una sociedad que nos lleve a alcanzar la perfección en Cristo.

Procuremos poner los medios para conocer bien esas palabras de vida eterna. Las distintas catequesis nos ayudarán a ello.

Mn. Xavier Argelich

El descanso de la Palabra

En el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, leemos el relato de la creación: “Y dijo Dios, hágase…” y todo se hizo según decía. Cada día veía lo que había hecho y era bueno. Llegó el séptimo día y la Palabra descansó. Es un relato que desde pequeños se nos ha quedado impreso en la memoria y, seguramente, no necesitamos acudir al texto impreso para recordarlo. Dios habla y crea. Dios hace todo a través del Verbo, de la Palabra, del Hijo. Y todo lo crea para Él. Y, además, también descansa.

Nos puede sorprender que Dios descanse. Jesucristo en el evangelio nos dice que su Padre “actúa ayer, hoy y siempre”. Parece contradictorio y. sin embargo, no lo es. No se trata de un descanso inactivo, hace falta que lo creado contemple al Creador y lo alabe. Además, la Palabra se nos revela a nosotros y nos muestra la necesidad de trabajar y de descansar. Cristo, experimenta también el cansancio y en ocasiones se retira con los Apóstoles a un lugar apartado para descansar.

Todos necesitamos descansar para seguir haciendo el bien. El descanso divino también nos habla: la vida activa debe ir unida a la vida contemplativa. El descanso nos lleva a agradecer y alabar a Dios por la creación. A darle culto siempre y especialmente el domingo. Procuremos aprovechar los períodos de descanso para cultivar el espíritu: el descanso facilita la oración, el recogimiento interior, la lectura espiritual y la práctica de las obras de caridad y servicio a los demás, especialmente en la vida familiar. ¡Aprovechemos bien el tiempo de descanso!

Mn. Xavier Argelich

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