Conversión y desagravio

Iniciamos la Cuaresma, tiempo de conversión y penitencia, con el deseo firme de acercarnos de verdad a Dios mediante la oración, el ayuno y las obras de misericordia. Durante estos días, pediremos luces al Espíritu Santo para que nos ayude a descubrir todo aquello que no es propio de un cristiano y nos decidamos a cambiarlo, purificando nuestra alma en el sacramento de la Confesión y desagraviando por nuestras faltas y las de los demás. En concreto deseamos pedir perdón por los tristes sucesos que empañan la santidad de la Iglesia.

Tal como nos señala el Papa Francisco, en su mensaje de Cuaresma, “Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.”

Oración que irá acompañada de nuestro deseo de conversión personal para desarraigar todo aquello que nos aparta de Dios y de los demás. Penitencia para manifestar nuestro verdadero arrepentimiento de nuestras faltas y pecados. Desagravio para reparar por tantas ofensas a Dios, a la Iglesia y al prójimo.

Mn Xavier Argelich.

Fraternidad: señal de identidad

El mes pasado recordábamos unas palabras de Tertuliano (siglo II) que manifiestan la manera de vivir la fraternidad y la unión entre ellos, de los primeros cristianos: ¡Mirad cómo se aman!

Podríamos afirmar que la nota más característica de la vida de los primeros cristianos era, precisamente, cómo sabían quererse entre sí. Esta es la señal por la que serán reconocidos por los que no creen en Dios y, seguramente, el motivo de que muchos se sintieran atraídos a la fe en Dios.

Los primeros cristianos procuraban llevar a la práctica el mandato de Jesús “amaos unos a los otros como Yo os he amado”: ésta es la herencia que nos han dejado. Ahora nos corresponde a nosotros seguir transmitiendo esta herencia al mundo entero.

Para ello, conviene empezar por querer más a las personas que tenemos a nuestro alrededor y en primer lugar a los familiares más directos. La fraternidad en sentido propio se refiere a los hermanos de sangre. Y por extensión a los bautizados, los que forman la Iglesia, y también a todos los demás. Seguir este orden es manifestación clara de la verdadera fraternidad.

Un aspecto en el que todos podemos esforzarnos y que nos ayudará a vivir mejor la fraternidad es procurar escuchar más a los demás, con atención e interés verdaderos. El interés por los asuntos de nuestros hermanos facilitará, a la vez, que no estemos tan pendientes de nuestras cosas y que apreciemos más a los demás.

La fraternidad, el amor al prójimo, se apoya en el amor a Dios. Necesitamos de la fuerza que encontramos en la fe en Dios para ser pacientes, amables, compresivos, misericordiosos y dispuestos a dejar lo nuestro para ayudar al otro.

También nos puede ayudar el fijarnos en la Virgen María y sus desvelos por todos los hombres y mujeres, en primer lugar, por los que buscan amar a su Hijo.

Mn. Xavier Argelich

La fuerza de la fraternidad

La celebración del Nacimiento del Hijo de Dios nos trae cada año la posibilidad de vivir unos días más unidos a toda la familia y a toda la humanidad. Son días en los que ponemos de manifiesto que el amor familiar está por encima de las distancias y de todas aquellas cosas que nos podrían separar, humanamente hablando. Durante estos días hemos palpado el amor de Dios por nosotros y hemos procurado corresponder manifestando también nuestro amor a Él y a los demás.

El Santo Padre Francisco, con ocasión de la Bendición Urbi et Orbi del día de Navidad, nos animó a esmerarnos en la fraternidad cristiana, al considerar que en Cristo todos somos hermanos. La fraternidad tiene una fuerza especial, así, la Sagrada Escritura, nos la presenta como ciudad amurallada. Y los primeros cristianos eran conocidos por cómo se amaban entre ellos.

El arzobispo de Barcelona también nos impulsa a vivir el nuevo año en fraternidad, porque todos somos hijos de Dios y todos somos hermanos, tal como nos recuerda San Juan: “En esto todos conocerán que sois mis discípulos si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,35). Se trata de uno de los ejes principales del plan pastoral diocesano para impulsarnos a dar a conocer a Cristo a los que todavía no lo conocen o viven alejados de él. El amor fraterno es uno de los exponentes principales de la vida cristiana, señal evidente de que realmente procuramos amar a Dios sobre todas las cosas. Nuestro Señor Jesucristo ama a todos, por todos nace, vive y entrega su vida. Acoge a todos, tiene palabras de consuelo para todos, exige a todos y de todos pide correspondencia a tanto amor.

Hemos empezado un nuevo año, como siempre, bajo el patrocinio de Santa María, Madre de Dios. Esmerémonos en querer más a los demás, empezando por nuestros familiares y por los más cercanos y necesitados.

Mn. Xavier Argelich

Testigos de la venida del Señor

 

¡Dios viene! Esta breve exclamación abre el tiempo de Adviento y resuena durante estas semanas de preparación para el nacimiento del Hijo de Dios.

Es un tiempo de espera alegre que nos lleva a disponernos y a disponer nuestro hogar y entorno para darle el mejor recibimiento posible a nuestro Redentor, a nuestro Dios. Por eso procuraremos, en primer lugar, preparar nuestra alma para que encuentre en ella una digna morada. Alimentemos, estos días, nuestra vida espiritual con los textos sagrados que la liturgia nos presenta y fomentemos la ilusión de la venida de Cristo a la tierra.

Y, a la vez, buscaremos adornar nuestro mundo para que cuando llegue encuentre un ambiente festivo, lleno de alegría, paz, caridad y mucha fe. De ahí la necesidad de adornar e iluminar bien nuestras casas y ciudades.

En una sociedad como la nuestra, cristiana pero cada vez más paganizada, el Adviento es una buena ocasión para dar testimonio de la venida de Dios al mundo. Mostremos nuestra fe en el modo de actuar y de celebrar las próximas fiestas navideñas. La certeza de la venida de Cristo nos llevará a vivir este gran acontecimiento preparándonos con la oración, fomentando la esperanza y viviendo las costumbres cristianas de estas fechas. La corona de Adviento, el Belén, el árbol de Navidad, el Niño Jesús, las comidas familiares, la celebración de la Epifanía, etc. nos introducen en el gran misterio de la venida del Señor para habitar entre nosotros y manifestar su gran Amor a los hombres.

Las velas de la corona de Adviento que encenderemos cada domingo iluminarán nuestro interior para dar cabida y cobijo al Niño-Dios que nacerá en Belén. ¡Feliz Navidad!

Mn. Xavier Argelich

 

La fe y los jóvenes

A finales del mes pasado concluyó en Roma el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Durante todo el mes de octubre, en Montalegre, lo hemos vivido rezando diariamente el Santo Rosario en comunidad de fieles, tal como nos propuso a todos los cristianos el Papa Francisco. Ahora seguiremos rezando por las conclusiones y los frutos del mismo.

La Iglesia entera ha reflexionado sobre la juventud, la fe y la llamada de Dios a todo creyente, especialmente a ellos, los más jóvenes. En el sínodo se ha hablado del valor de los jóvenes para la Iglesia y de cómo los adultos podemos ayudarlos a desarrollar todas sus capacidades en bien de la fe y de la respuesta generosa a Dios. Es una cuestión que nos afecta a todos, tanto jóvenes como menos jóvenes. La fe se vive y se transmite principalmente en el seno de la familia, con la ayuda de la comunidad eclesial de la que formamos parte.

Por ello, os animo a todos a reflexionar sobre cómo vivimos la fe y cómo procuramos transmitirla. A través del ejemplo, de las obras y, también, de la palabra, acogiendo, comprendiendo y acompañando a los demás, mostrando, al mismo tiempo, una verdadera preocupación por los más necesitados espiritual y materialmente. Es una tarea que nos ilusiona y que traerá un rejuvenecimiento en la Iglesia y de cada uno de nosotros. Recemos por los jóvenes y con los jóvenes, acercándonos a ellos con verdadero amor cristiano y facilitándoles que conozcan el verdadero rostro amable de Cristo.

Acudamos este mes de noviembre de modo especial a la intercesión de los santos y de las almas del Purgatorio, ofreciendo por ellas abundantes sufragios deseosos de que lleguen al cielo y nos contagien el deseo de alcanzar la meta no sin antes contagiar a muchos la alegría de nuestra fe.

Mn. Xavier Argelich

Damos gracias a Dios

Dos de octubre de 1928, Madrid, en la Casa de los Padres Paules, haciendo ejercicios espirituales, repasando las notas de vida interior que había ido tomando en los últimos años, y de golpe, san Josemaría ve el Opus Dei. Una luz sobrenatural le hace comprender aquello que había barruntado durante años y que no sabía lo que era. Ahora san Josemaría ya lo sabe, y se arrodilla en el suelo  de su habitación. Da gracias a Dios y con una gran docilidad empieza a recordar que todos estamos llamados a la santidad, ahí donde estamos, sin necesidad de cambiar de estado, en medio del mundo, a través de todos los trabajos honrados que el hombre puede realizar. Todos podemos llegar a la santidad. Él mismo lo expresará de una manera maravillosa diciendo “Se han abierto los caminos divinos de la tierra”.

Celebramos el nonagésimo aniversario de aquel acontecimiento. Hace 90 años que Dios suscitó el Opus Dei, y nos unimos a la acción de gracias que desde todos los continentes se eleva a Dios. Y lo hacemos de todo corazón. Durante todos estos años el Opus Dei ha llevado su mensaje a muchos países, contribuyendo a que el espíritu cristiano se impregne en la vida de muchas personas, familias e instituciones. Pedimos al Señor que continúe sembrando el mundo a manos llenas, con un trabajo intenso y constante, al paso de Dios.

También elevamos nuestro agradecimiento a Dios por los más de cincuenta años en los que los sacerdotes del Opus Dei atienden esta Iglesia de Santa María de Montalegre, procurando servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida y a todas las personas que vienen al encuentro de Nuestro Señor. Además, acudiremos a María con el rezo del Santo Rosario.

Mn. Xavier Argelich

Con los jóvenes a Jesús por María

El mes de septiembre es un mes rico en fiestas dedicadas a la Virgen María. Empezaremos celebrando su Natividad, para unos días más tarde celebrar el Santo y Dulce Nombre de María. Justo después de celebrar la Exaltación de su Hijo en la Cruz, contemplaremos los Dolores de María. Y antes de terminar el mes, la veneraremos como patrona de la Ciudad de Barcelona en la fiesta de la Merced, que este año adquiere un relieve especial, ya que estamos conmemorando los ochocientos años de la Orden de la Merced.

Pienso que es una buena ocasión para acudir a María pidiendo de modo especial por los jóvenes y por el próximo Sínodo de Obispos dedicado a ellos, que se celebrará durante el mes de octubre en Roma, con el lema: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Acudamos con fe a María rogándole que muchos jóvenes se acerquen a Jesús, Ella es el camino más breve para lograrlo.

La Virgen María recibió la embajada del Ángel siendo muy joven y demostró su fe en ese momento y a lo largo de su vida, y de una manera admirable al pie de la Cruz de su Hijo. Su respuesta siempre afirmativa y pronta al querer de Dios propició la venida del Hijo de Dios a este mundo nuestro, tan necesitado de fe y respuestas generosas al servicio de la Iglesia y de las almas.

A Ella, a María, acudimos confiadamente y nos ponemos bajo su protección y amparo. Con Ella sabremos mostrar a los jóvenes el rostro amable y atractivo de Jesús.

Xavier Argelich

La mejor escuela: La familia

Es de todos bien sabido que la mejor escuela es la familia. La educación y la formación que se recibe en una familia cristiana son insustituibles, porque se fundamentan en el amor de los padres y de los hijos. Amor sólo superado por el amor de Dios. De ahí, que, si los padres aman a Dios, su amor mutuo y el amor a los hijos será todavía más grande y auténtico, y, como consecuencia, en esa familia se transmitirá un modo de vivir maravilloso, que será difícil olvidarlo. Lo que hemos aprendido en el seno familiar nos acompaña toda la vida, aunque en algún momento nos podamos despistar y acabemos ocultando lo que hemos aprendido.

En la familia aprendemos a amar, es decir, a darnos, a ser generosos, a respetarnos, a ayudarnos, a buscar lo mejor para el otro. Aprendemos a afrontar la vida con responsabilidad, a ser trabajadores, a construir un futuro esperanzador. Ahí se forja el carácter, aprendemos a dominar y encauzar los sentimientos y los afectos, aprendemos a ser hombres y mujeres que saben seguir los designios de Dios. Aprendemos a sentirnos seguros. Y tantas cosas más.

Este mes se celebre un nuevo encuentro mundial de las familias, con el lema “El Evangelio de la Familia: Alegría para el mundo”. La familia cristiana es la buena nueva para el mundo, es su alegría, porque enseña el bien y a hacer el bien, en contra de todo el relativismo reinante en el mundo actual. Para ello, el Papa nos recuerda que para alcanzar el bien se requiere el combate espiritual que nos lleva al desarrollo de lo bueno, a la maduración espiritual y al crecimiento del amor, que son el mejor contrapeso ante el mal. ¡Cuánto puede ayudar la familia!

Acudamos a María, Asunta al Cielo, pidiendo por los frutos de la Jornada Mundial de las Familias.

Mn. Xavier Argelich

Discernir el querer de Dios

En frecuentes ocasiones el Papa Francisco ha utilizado la expresión “discernir” en sus escritos y en su predicación oral. La volvemos a encontrar en el programa del Sínodo de Obispos del próximo mes de octubre, sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. También aparece en el nuevo plan pastoral de la Archidiócesis de Barcelona.

Hoy en día encontramos muchas dificultades para llevar a cabo un verdadero discernimiento y, de manera especial, cuando debemos decidir sobre cuestiones de gran trascendencia para nuestra vida. Se nos hace difícil discernir entre el bien y el mal; entre lo que realmente me conviene y lo que me viene en gusto o hacen la mayoría de nuestros amigos y compañeros. Vemos como cuesta decidirse a contraer verdadero matrimonio y, también, nos damos cuenta de lo difícil que es decidirse a secundar una llamada específica de Dios al servicio de la Iglesia y de las almas. Somos conscientes de la falta de vocaciones en la Iglesia y, a la vez, tenemos deseos grandes de seguir y cumplir el querer de Dios para nosotros. Pero no nos acabamos de decidir.

El estilo actual de la sociedad no nos facilita tomar la decisión adecuada, aquella que nos llenará de felicidad, aunque nos complique la vida. Si procuramos acercarnos más a Dios, con una vida sacramental y de oración intensa, encontraremos la fuerza necesaria para descubrir el querer de Dios y decidirnos a vivirlo. Esto es discernir. Como hicieron los apóstoles, que les bastó un “sígueme” de nuestro Señor para dejarlo todo y jugarse la vida por Cristo. Del mismo modo lo han hecho tantos santos y tantos cristianos, así como muchos de nuestros padres y abuelos.

Quiero recordar ahora al beato Álvaro del Portillo, quien el 7 de julio de 1935 asistió a una predicación de San Josemaría y al final de la misma se decidió a entregarse por completo a Dios, sin necesidad de muchas reflexiones y cavilaciones, sin dudar del querer de Dios para él, sin necesidad de consultar a otros ni experimentar otras cosas. Lo vio claro, se fió de Dios y le dijo que sí, hasta el final de su vida. Ahora lo veneramos como beato. Otro ejemplo muy querido por nosotros: la Virgen María. ¡Discernamos y decidámonos! ¡Vale la pena!

Mn. Xavier Argelich

 

Cualidades de la santidad actual

El Papa Francisco nos enseña cuáles deben ser las notas o características de la santidad en el mundo actual. Me parece de gran interés recordarlas este mes dedicado a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El que desea de verdad alcanzar la santidad en su caminar terreno, procura tener los mismos sentimientos que Cristo, busca parecerse cada vez más a Él. De ahí, la importancia de fijarnos en esas cualidades que nos señala el Santo Padre, ya que, nos facilitarán enormemente la tarea de imitar a Jesucristo, nuestro modelo de santidad.

El Papa define estas cualidades cómo cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo. En primer lugar, la paciencia y la mansuetud, que nos llevan a aguantar, a soportar las contrariedades y las inestabilidades de la vida, así como las agresiones, las infidelidades y los defectos de los demás.

En segundo lugar, la alegría y el buen humor. El santo ha de ser capaz de vivir de esta manera, sin perder el realismo, y con su fe ilumina el espíritu de los demás de manera positiva y esperanzada. El santo, en tercer lugar, es audaz, entusiasta, habla con libertad y tiene fervor apostólico. La compasión entrañable de Jesús, lo movía a salir de sí mismo para anunciar con fuerza, curar, y liberar. Del mismo modo debemos desear tener ese mismo espíritu evangélico e interesarnos por todas las personas, procurando transmitirles la alegría de la vida cristiana.

Continúa el Papa recordando que, para vencer en nuestras propias luchas para ser más santos, necesitamos la ayuda de los demás. No podemos aislarnos, debemos aprender a ayudar y a dejarnos ayudar. La santidad es personal, pero se alcanza junto a la comunidad creyente. Y, por último, nos señala que la santidad está abierta a la trascendencia, que se manifiesta en la oración y en la adoración.

Mn. Xavier Argelich

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