Padre en la sombra

En este mes de agosto en el que celebraremos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma, vamos a considerar un último aspecto de la vida de san José: La de Padre en la sombra.

El que no esté muy habituado a la devoción al santo Patriarca, le puede sorprender este calificativo. El Papa Francisco nos explica el sentido correcto de esta expresión: “Con la imagen evocadora de la sombra se define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: Lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos”.

Efectivamente, san José es, para Jesús, la sombra de Dios Padre en la tierra, porque, pasando casi desapercibido, realiza a la perfección su especial paternidad: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir”. (Patris corde, n. 7). Sin protagonismo, lleva a cabo toda la responsabilidad de un padre con su hijo. Y lo hace de una manera maravillosa, sabiendo que los protagonistas de su vida son el Niño y la Madre. Se sabe instrumento escogido por Dios para una tarea maravillosa cómo es la de introducir en la vida humana al Hijo de Dios hecho hombre.

San José continúa siendo padre en la sombra y protege y acompaña en su camino terreno a todos los que procuran venerarlo, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. San José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató dándole todo lo mejor que tenía. Con la gracia de Dios fue capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano al Hijo de Dios.

Busquemos aprovechar bien este mes de agosto, que muchos transcurriréis junto a vuestras familias, para ser, en la sombra, auténticos instrumentos de Dios para el crecimiento humano y espiritual de los que nos rodean. Imitando así a María y a José.

Mn. Xavier Argelich

Padre trabajador

Cuando Jesús predica en Nazaret sus conciudadanos se sorprenden y extrañan de sus conocimientos y de su elocuencia, llegándose a preguntar: ¿de dónde le viene a éste tal sabiduría y prodigios? ¿No es éste el hijo del artesano? Lo conocen por el oficio de san José.

Sin duda, san José, fue un Padre trabajador. Ejerció con diligencia y responsabilidad su trabajo profesional. Nos lo podemos imaginar trabajando en su taller, con presteza y maestría, y a la vez, con esfuerzo y empeño, con ilusión por realizar una tarea bien hecha, que satisfaga a sus clientes, entregando puntualmente y bien acabados los encargos recibidos. No sin gran acierto, la Iglesia celebra la fiesta de san José obrero y es modelo y ejemplo de hombre trabajador. Por eso, para todos los que procuramos realizar nuestras tareas habituales cara a Dios, buscando su Gloria, acudimos con frecuencia a la intercesión del santo Patriarca.

Como padre de familia, san José, realizó su tarea pensando en ella, superando las dificultades y el cansancio por amor a Jesús y a María, no solo para llevar el sustento necesario al hogar, sino porque los amaba. Se esmeró siempre en cumplir la voluntad de Dios que incluía proteger y sustentar a las personas que se le habían confiado.

Como buen Padre y trabajador se preocupó de enseñar el oficio a su hijo, a Jesús, que quiso aprender un oficio al igual que todos nosotros. Lo aprendió de san José y lo realizó junto a él durante muchos años. Aprendamos también nosotros a realizar nuestras tareas y trabajos con esmero y responsabilidad, haciéndolas por amor a Dios, a nuestros seres queridos y a toda la humanidad, conscientes de que el trabajo y cualquier ocupación honrada y digna nos perfecciona, nos santifica y lleva el mundo a Dios.

Mn. Xavier Argelich

Padre de la valentía creativa

El Papa Francisco nos presenta a San José cómo Padre de la valentía creativa. Vamos a reflexionar un poco sobre esta expresión original del Santo Padre.

Que San José sea considerado como Padre lo tenemos muy asumido y surge del hecho de ser escogido por Dios para que haga las veces de Padre de su Hijo en la tierra. Desde antiguo los cristianos hemos acudido a él como “padre y señor mío”. Él realmente ejerció de padre de Jesús desde el momento en que acogió en su casa a María. Conocemos los diversos pasajes del Evangelio en los que ejerce esa paternidad. Del mismo modo, acudimos a él frecuentemente buscando su intercesión paternal.

Valentía es una virtud del ser humano que impulsa a ejecutar una acción a pesar del miedo y temor por las dificultades y riesgos a sobrepasar. Es una disposición personal de afrontar de manera prudente pero decidida las situaciones difíciles y los problemas que se nos presentan en la vida corriente. Se trata, sobretodo, de realizar en todo momento la voluntad de Dios. Y esta es la actitud de San José ante todo aquello que Dios le pide, incluso cuando no acaba de comprenderlo o le pudiera parecer contradictorio frente a la condición divina de Jesús, como podría ser el hecho de no ser hospedado o tener que huir.

Creativa supone poner el ingenio personal, no esperar que nos lo den todo resuelto. San José busca cumplir la voluntad de Dios que se le manifiesta en sueños o en las diversas situaciones que se van presentando, pero lo que no se le dice es cómo debe llevarla a cabo. Es aquí cuando entra en juego su creatividad como vemos reflejado en el hecho de buscar un lugar para el nacimiento del Hijo de Dios y adecentarlo lo mejor posible, o cuando organiza la huida a Egipto y se las ingenia para vivir en ese país extranjero, o cuando decide ir a Nazaret. “Cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener” (Patris corde, 5).

Mn. Xavier Argelich

Padre en la acogida

En este mes de mayo, mes de María, vamos a contemplar cómo San José recibe en su casa a María. Transcurrido un cierto tiempo después de la Encarnación del Verbo, San José decide deshacer en secreto el acuerdo matrimonial con María, y lo decide así por ser un varón justo. Mientras San José consideraba esta decisión “Un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: – José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. (…) Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa” (Mat. 1, 18-24).

En todo momento San José actúa en bien de María, no piensa mal, no recrimina, no se siente ofendido. Al contrario, intuye la acción divina y decide no interponerse, deja que su esposa siga su camino. Y por eso, tampoco le sorprende que el ángel del Señor se le presente en sueños, no duda de él y pone por obra de manera inmediata lo que se le ha anunciado. Y recibe en su casa a María. Qué ejemplo tan maravilloso encontramos en el Santo Patriarca. Con confianza, seguridad y fortaleza, y de buen seguro, profundamente agradecido y enamorado, acoge a María en su casa. Decide compartir el misterio redentor con ella, sin cavilaciones ni cálculos ruines de lo que supondrá esa resolución. Es consciente que recibir y acoger a María es lo mejor que le podía pasar, aunque cambien de golpe todos sus planes y proyectos. Simplemente, se fía de Dios. Para José, María es un gran regalo que trae consigo un don mayor: el Hijo de Dios.

Acudamos a la intercesión de San José para que nosotros también sepamos acoger a María, para que la introduzcamos en nuestras vidas, la amemos y recurramos a su ayuda maternal en todo momento y nos muestre el fruto bendito de su vientre, Jesús. Y procuremos rezar con piedad y devoción el Santo Rosario, a poder ser, en familia, pidiendo por el fin de la pandemia y por las necesidades de todas las familias, especialmente por las que están sufriendo más las consecuencias económicas y morales de la pandemia.

Mn. Xavier Argelich

Padre en la obediencia

Acabamos de celebrar el misterio Pascual, la culminación de la obra redentora del Padre realizada por el Hijo. Dios nos ha salvado, nos ha redimido y nos ha hecho hijos suyos. No se nos escapa que todo ello es fruto de la obediencia del Hijo al Padre. Nuestro Señor Jesucristo lo manifiesta en muchas ocasiones, ha venido a cumplir la voluntad de su Padre.

Estos días pasados, hemos procurado acompañar al Señor en su Pasión y muerte y nos hemos alegrado con Él en su Resurrección. Uno de los momentos de mayor intensidad ha sido el de la oración en el huerto de los olivos, donde, de manera desgarradora pero bien consciente y libremente, dirige una petición a Dios Padre que termina con “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y fruto de esa obediencia, de esa identificación con el querer divino, todos los hombres y mujeres de todos los tiempos hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado, del mal. Ahora ya somos hijos de Dios con verdadera libertad. Alegrémonos y estemos agradecidos, correspondiendo a tanto Amor por nosotros.

En san José también encontramos esa actitud obediente. Su obediencia se encamina a dejar obrar en él y por él al querer de Dios. Los planes de salvación de Dios se llevan a cabo mediante la obediencia de sus elegidos. Sorprende este modo de actuar divino. Cuenta con nuestra libertad y, ésta, se pone en práctica y se engrandece obedeciendo, cumpliendo la voluntad de Dios.

A san José se le manifiesta el querer de Dios a través de la vida ordinaria, corriente, a través de los acontecimientos que ocurren a su alrededor y, principalmente, mediante la respuesta afirmativa de su esposa, María, a la voluntad de Dios. San José, a diferencia de María, le llega también ese querer en los sueños. Cuatro sueños que le ayudan a descubrir lo que Dios espera de él en momentos de mayor dificultad para discernir correctamente. Y con prontitud y decisión se levanta y los lleva a cabo, sin dilación, sin dudas ni temores, sin queja alguna y sin pedir explicaciones. En este tiempo pascual procuremos estar más atentos al querer de Dios y también veremos maravillas a nuestro alrededor, porque estaremos dejando que Dios actúe.

Mn. Xavier Argelich

San José: Padre en la ternura

En el mes que celebramos la solemnidad de San José, en este año dedicado a él, os invito, junto al Papa Francisco, a contemplarlo como Padre en la ternura.

José, buen conocedor de las Sagradas Escrituras, era consciente que el Dios de Israel es un Dios de ternura, que es bueno para todos y lleno de misericordia. Cuántas veces habría escuchado y experimentado que «su ternura alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9). Estamos convencidos, además, que también él mostraba esa ternura en el trato con los demás y muy especialmente con Jesús y María. Es más, Jesús, como hombre, conoció de José la ternura de Dios Padre.

San Josemaría nos ayuda a contemplar esa ternura de una manera sencilla y entrañable: “¡Qué bueno es José! –Me trata como un padre a su hijo. – ¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!” ¡Qué fácil nos resulta contemplar a San José en esta actitud paternal y cariñosa con el Niño!

Acudamos con frecuencia al santo Patriarca en este tiempo cuaresmal y obtendremos la gracia de la conversión personal. Conversión facilitada por haber descubierto la bondad de Dios, su ternura con los hombres y su inmensa misericordia. El Papa Francisco nos anima a “encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura (…) Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona.” No desaprovechemos la ocasión de experimentar la ternura de Dios que nos abraza amorosamente cada vez que le pedimos perdón por nuestras ofensas.

Recorramos este tiempo penitencial junto a José y a María para que nos lleven hasta su Hijo y descubramos de nuevo de lo que es capaz de padecer por amor a nosotros; para que la ternura de Dios Padre nos inunde y nos sintamos realmente amados por Él. Descubramos en la Cruz, en los Sacramentos y en la liturgia de Cuaresma y Semana Santa la bondad, misericordia y ternura de Dios.

Mn. Xavier Argelich

San José: Padre amado

La carta apostólica Con Corazón de Padre, con la que el Papa Francisco convoca el año especial de San José, dedica el primer capítulo a recordarnos la devoción y el cariño que los bautizados tributamos al santo Patriarca.

San José es Padre y Señor nuestro y así nos dirigimos frecuentemente a él. Lo es porque Dios lo escogió para que fuera esposo de María e hiciera de Padre de su Hijo hecho hombre. San José es el padre de familia de la Sagrada Familia de Nazaret. Del mismo modo que María es Madre nuestra, también podemos afirmar que san José es Padre para nosotros.

Citando a San Pablo VI el Papa nos invita a considerar que la paternidad de san José se pone de manifiesto «Al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa»

San José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano y nosotros queremos continuar esta tradición, no por el hecho de continuarla, sino porque realmente lo amamos y lo acogemos como patrono de nuestra vida y modelo de conducta noble, honesta, diligente y fiel. Es todo un ejemplo para nosotros en todos los aspectos de nuestra vida como hombres y mujeres de fe.

En las circunstancias actuales todos podemos “Encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”. Procuremos amar más al Santo Patriarca tratándole con confianza y devoción y experimentaremos su amor paternal.

Mn. Xavier Argelich

Año de San José y de las Familias

Después de un año marcado por la emergencia sanitaria y sus drásticas consecuencias iniciamos un año con la esperanza de ir saliendo de esta situación con la ayuda de Dios. Y para ello, el Santo Padre nos convoca a vivirlo de una manera muy especial: dedicándolo a San José y, a partir de la festividad de este santo, también a las familias.

El pasado 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, el papa Francisco nos sorprendía gratamente con la proclamación de un año especial dedicado a San José con motivo del 150 aniversario de la proclamación de este santo varón como Patrono de la Iglesia Universal. Para todos nosotros es un motivo de gran alegría poder transcurrir todo este año que acabamos de iniciar bajo el patrocinio de San José.

Durante este año procuraremos acercarnos más a la figura entrañable de San José. Lo haremos siguiendo al Papa Francisco que, en su carta apostólica “Con corazón de Padre”, con la que convoca este año especial, nos lo presenta como Padre amado, Padre en la ternura, Padre en la obediencia, Padre en la acogida, Padre de la valentía creativa, Padre trabajador y Padre en la sombra.

La figura de San José ha estado muy presente en la piedad y enseñanzas de la Iglesia, por eso, nos será fácil tratarlo y conocerlo más provocando en cada uno de nosotros grandes deseos de imitarle, aprendiendo a querer más a Jesús y María. También provocará en nosotros buenos deseos de amar más la Iglesia y acercar a más gente al Amor de Dios.

San José es el cabeza de familia de la Sagrada Familia de Nazaret. Al solaparse en buena parte de este año las dos intenciones del santo Padre puede ser una buena ocasión para que todos pongamos nuestras familias bajo el patrocinio de éste Santo.

Mn. Xavier Argelich

En la intimidad del Pesebre

Con el tiempo de Adviento hemos iniciado el año litúrgico -la celebración anual de los misterios de nuestra fe- que marca el ritmo espiritual de todo creyente. Durante las cuatro semanas de Adviento los textos litúrgicos nos ayudan a disponer nuestra mente y nuestro corazón para acoger la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo. Procuremos meditarlos pausadamente con las luces que nos otorgue el Espíritu Santo.

Si lo hacemos así, al final de este tiempo, seremos capaces de adentrarnos en el gran misterio de la Encarnación y del nacimiento del Hijo de Dios. Al contemplar el Pesebre nos será más fácil ser un personaje más en el establo de Belén. Este año, por las circunstancias actuales, viviremos una Navidad especial y algo distintas. Nos será más difícil vivirlas como nos gustaría: tendremos menos movilidad y habrá menos manifestaciones físicas de afecto y cariño. Por eso, es el momento de mostrar esas manifestaciones al Niño-Dios y a su Madre, sin descuidar a san José.

Estos días exclamamos con frecuencia: “Ven, Señor Jesús”. Dentro de pocos días cantaremos villancicos celebrando el nacimiento del Mesías y Redentor. Cuando llegue ese momento, si hemos sabido aprovechar el Adviento, nos resultará sencillo dar cabida en nuestro interior al Niño, para abrazarlo, besarlo, bailarle, cantarle y decirle tantas cosas bonitas que brotarán del corazón sin ningún esfuerzo. Y ahí estarán, junto al Niño, todos nuestros familiares y seres queridos, también los que nos han dejado durante estos meses pandémicos.

Nos llenaremos de fe, esperanza y caridad, los grandes dones que el Niño trae a la tierra. Y con ellos, la paz, el gozo, la bondad y la prosperidad. Adentrémonos en la intimidad del Pesebre y descubramos el significado para nuestras vidas del nacimiento del Hijo de Dios. Obtendremos seguridad y esperanza para afrontar las actuales incertidumbres y para superar los miedos. Descubriremos el camino del Amor de Dios y del amor a los demás. Ese amor que experimentaremos junto al Niño, María y José en el pesebre.

Mn. Xavier Argelich

Esperanza en medio de la crisis

La crisis sanitaria, laboral y social ocasionada por el covid-19 se ha incrementado en estas últimas semanas y las previsiones de los entendidos es que seguirá aumentando. Ante esta situación es fácil desanimarse, agobiarse, paralizarse como consecuencia de la incerteza o la inseguridad, provocando incluso una crisis espiritual más grande de la que ya están sufriendo un buen número de creyentes.

Pero, la vida espiritual precisamente es la que nos ayudará de manera más efectiva a afrontar la crisis actual y superarla, sino sanitariamente, si en los demás aspectos. La fe y, por lo tanto, la vida de piedad, más intensa por las circunstancias, nos impulsan a vivir el momento presente esperanzados. Con una esperanza firme y segura que nos pone en movimiento, nos estimula a buscar soluciones concretas y eficaces ante las dificultades provocadas por la pandemia. Nos empuja a estar más cerca de Dios y de los demás, especialmente de los más afectados. Nos lleva a afrontar la enfermedad y la muerte de nuestros seres queridos y de nuestros amigos y conocidos con la certeza de que vamos al encuentro de la Vida eterna, de la felicidad sin fin.

La esperanza cristiana es seguridad en la lucha, en el combate espiritual, es constancia en el esfuerzo por ser mejores, es saber que Dios nos dará los medios para afrontar y superar las dificultades que se nos presenten, es consciencia de que Dios nos gobierna contando con nuestro esfuerzo, por eso cultivar la esperanza significa robustecer la voluntad (Surco, 780).

La esperanza es virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo (Compendio CEE, 387). Los cristianos vivimos de esperanza porque llevamos el alma iluminada con un horizonte eterno al que nos dirigimos. No depende de nosotros, de nuestro ánimo, sino de la venida de Cristo a este mundo que con su amor redentor nos da vida y esperanza.

Mn. Xavier Argelich

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