Imitar a la Sagrada Familia

La Sagrada Familia de Nazaret es el modelo de toda familia y principalmente de las familias cristianas. Estos días navideños habremos contemplado muchas veces el portal de Belén con Jesús, María y José. Probablemente nos habremos entretenido mirando las figuras del pesebre y dejando que el corazón se enternece ante tanta belleza y tantas enseñanzas que habremos descubierto una vez más.

En este inicio del nuevo año, nos fijaremos en el modelo familiar que representa la Sagrada Familia. Al contemplar la escena descubrimos, en primer lugar, lo externo, el establo, el pesebre que acoge al Niño, la paja desparramada por el suelo, el buey y la mula que dan calor al lugar. Descubrimos la alegría de María y de José, a pesar de no haber encontrado un lugar más digno para que nazca el Hijo de Dios. Y, a continuación, nos adentramos en el interior de los personajes a través de sus miradas, que reflejan la belleza de sus almas, de su respuesta al querer de Dios, el cariño y la ternura en sus gestos y palabras, en su actuar. Descubrimos su agradecimiento y sus plegarias, sus súplicas a Dios para ser fieles a su misión, para saber corresponder a tanta gracia recibida.

Si, además, nos trasladamos al hogar de Nazaret seguiremos descubriendo tantas actitudes y manifestaciones propias del amor familiar que nos llenarán a vivirlas en nuestras familias, con un deseo grande de imitar a la Sagrada Familia para que la nuestra sea lo más parecido a la familia de Jesús. Veremos cómo se quieren, cómo se hablan, cómo se comprenden, cómo se ayudan unos a otros, cómo trabajan, cómo rezan, cómo socorren al necesitado, cómo tratan a las amistades. Y todo ello realizado con una gran libertad y un gran espíritu de servicio. Si, con abnegación y sacrificio, pero, como lo que les mueve es el amor, da la impresión de que nada cuesta, que todo se hace con gran facilidad y alegría. Qué gran ejemplo y modelo. Queremos imitar a la Sagrada Familia. ¡Feliz Año Nuevo!

Mn. Xavier Argelich

Nace en una familia

Nos estamos preparando para celebrar, un año más, el Nacimiento del Hijo de Dios. La Iglesia nos invita a vivir estas semanas de Adviento con la esperanza de la venida del Señor: ¡Ven Señor Jesús! exclama la liturgia!

Y el Señor viene y nace en Belén. Crece, aprende y asume las responsabilidades propias de un hijo, de un joven y de un adulto y se muestra a su pueblo como el Mesías esperado, el Salvador y Redentor, dando su vida por nosotros, en una familia. Nos muestra así la maravilla del ser humano y del don de la vida, para que nos decidamos a creer en Él y seguir el camino que nos conduce hasta Él.

De ahí la importancia de fijarnos en la vida del Niño-Dios desde su nacimiento hasta su muerte. Su vida transcurre en el seno de una familia. Nace en una familia, tiene a su madre y a su padre, crece en esa familia, aprende en esa familia, ayuda a al familia con su trabajo, alegría y con su amor. Asume su responsabilidad ante la muerte de San José. Su madre lo sigue durante los años de predicación y anuncio de la Buena Nueva y está junto a Él a los pies de la Cruz.

En la Solemnidad del Inmaculada Concepción de María concluiremos el año de San José; el día de Navidad celebraremos con gozo el nacimiento del Hijo de Dios y al día siguiente la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, dentro del año especial dedicado a la Familia y a la alegría del amor matrimonial. Por eso, queremos vivir intensamente este tiempo de Adviento, que nos habla de esa maravillosa realidad del amor familiar. En la familia nos descubrimos a nosotros mismos y descubrimos a los demás. Es nuestro lugar, por eso es nuestro hogar. Lo propio de cada persona es nacer y vivir en familia, como lo hicieron Jesús, María y José.

Al montar el Belén pidámosle a la Sagrada Familia que nos ayude a redescubrir el valor y el significado de la familia, el valor y significado de la persona.

¡Feliz Navidad!

Mn. Xavier Argelich

Matrimonio: proyecto y tarea comunes

Cuando un hombre y una mujer deciden contraer matrimonio, uniendo sus vidas mientras vivan, no sólo sellan su amor mutuo con el fin de amarse cada vez más, sino que, además, inician un camino juntos, con sus ilusiones y esperanzas concretas. Inician, por decirlo así, un proyecto común que irán construyendo con el paso de los años y su esfuerzo personal. Por eso, es también una tarea común, de ambos. Los dos deben caminar juntos, en la misma dirección y sentido. Deben querer los mismos fines y objetivos, empleando los mismos medios. Para eso hace falta amarse, saber lo que quieren, dialogar y consensuar. En definitiva, deben buscar ser felices en su vida matrimonial y familiar.

Para alcanzar la felicidad la única receta válida es procurar hacer feliz al otro. Esto facilitará desarrollar el proyecto común y el crecimiento en el amor mutuo y a los hijos que Dios les conceda. La unión entre un hombre y una mujer, para formar una familia, requiere que se viva la unidad tanto física como espiritualmente. El amor matrimonial, aunque comience por el sentimiento, se consolida por la unidad de objetivos, deseos y aspiraciones en el proyecto común de vida. De ahí que la donación de uno al otro deba ser total y permanente. Si uno de los dos, o los dos, se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se estaría donando totalmente.

Para alcanzar este objetivo común es importante evitar caer en el individualismo, que no es más que una manifestación de egoísmo. La vida matrimonial es vida de comunión, y ésta se da cuando se comparte todo, cuando hay generosidad y entrega. Para ello, cada uno debe buscar su crecimiento personal humana y espiritualmente. Crecer en las virtudes humanas, morales y teologales. Todas ellas conducen al desarrollo armónico de la persona y nos perfeccionan, haciendo fácil y agradable la donación al otro.

Cuando se da este crecimiento, en el matrimonio se crea la atmósfera que impide el individualismo egoísta y se facilita la maduración personal, alcanzando la felicidad deseada, que será plena cuando se logre la meta común y definitiva, el cielo.

Mn. Xavier Argelich

Matrimonio: Camino divino

El amor humano, que conduce al matrimonio y a la familia, es un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa dedicación a nuestro Dios. Cuando un hombre y una mujer se entregan mutuamente en un acto de donación plena manifestado ante Dios, la Iglesia y la sociedad emprenden un camino de santidad que les debería conducir al encuentro definitivo con Dios, es decir, al cielo.

El matrimonio y la familia son una vocación divina, una llamada a vivir la vida de la gracia en plenitud. Dios llama a muchos bautizados a la vida matrimonial. De ahí que los esposos pueden afirmar con certeza que su unión esponsal es un camino divino, querido por Dios desde el mismo instante de la Creación del hombre y la mujer.

Con la venida al mundo del Hijo de Dios, además, el matrimonio ha sido elevado a sacramento, santificando la vida matrimonial y familiar. El Señor otorga a los esposos la gracia necesaria para que, juntos, recorran el camino que conduce a la vida eterna.

Cristo ha hecho del matrimonio un camino divino de santidad, para encontrar a Dios en medio de las ocupaciones diarias, de la familia y del trabajo, para situar la amistad, las alegrías y las penas –porque no hay cristianismo sin Cruz–, y las mil pequeñas cosas del hogar en el nivel eterno del amor.

La vida matrimonial y familiar no es instalarse en una existencia segura y cómoda, sino dedicarse el uno al otro y dedicar tiempo generosamente a los demás miembros de la familia, comenzando por la educación de los hijos, para abrirse, a continuación, a los amigos, a otras familias, y especialmente a los más necesitados. Pidamos a Nuestra Señora del Rosario por la santidad de la Familia.

Mn. Xavier Argelich

Matrimonio y familia, un gran misterio

Junto al año de san José celebramos el año de la Familia que se prolongará hasta mediados del próximo 2022. Hasta ahora hemos dedicado la editorial mensual a san José; a partir de este inicio de curso y hasta el final del mismo lo dedicaremos a la familia fundamentada en el amor humano auténtico y que tiene como característica específica la entrega alegre y generosa del hombre y la mujer.

Esta familia se inicia con el don y misterio del matrimonio. El matrimonio es una realidad natural, que responde al modo de ser persona, varón y mujer. En ese sentido enseña la Iglesia que “El mismo Dios es el autor del matrimonio (GS 48, 1). La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador” (CEC, 1603).

Por lo tanto, no se trata de una creación cultural, pues sólo el matrimonio refleja plenamente la dignidad de la unión entre varón y mujer. Sus propiedades esenciales -unidad e indisolubilidad- no han sido establecidas por ninguna religión, sociedad, legislación o autoridad humana, sino que las deducimos de su misma naturaleza. Ahí radica el gran misterio del amor humano, de la unión del hombre y la mujer.

El amor exige entrega, una entrega que sea total y definitiva, no sería auténtica entrega si fuera parcial y temporal o condicional. La totalidad de esa donación mutua es la clave de aquello en lo que consiste el matrimonio, porque de ella derivan sus cualidades esenciales y sus fines propios. Sólo una entrega que sea don total de sí y una aceptación también total responden a las exigencias de la dignidad de la persona. Qué importante es procurar entender este misterio enraizado en el misterio del amor de Dios.

Por eso se entiende que no haya distintos modelos matrimoniales y familiares según las preferencias del momento. El matrimonio sigue a la naturaleza humana y sus características propias son reflejo de ella. El matrimonio nace del acto libre por el que una mujer y un varón se dan y reciben mutuamente para ser matrimonio, fundamento y origen de una familia.

Mn. Xavier Argelich

 

Padre en la sombra

En este mes de agosto en el que celebraremos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma, vamos a considerar un último aspecto de la vida de san José: La de Padre en la sombra.

El que no esté muy habituado a la devoción al santo Patriarca, le puede sorprender este calificativo. El Papa Francisco nos explica el sentido correcto de esta expresión: “Con la imagen evocadora de la sombra se define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: Lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos”.

Efectivamente, san José es, para Jesús, la sombra de Dios Padre en la tierra, porque, pasando casi desapercibido, realiza a la perfección su especial paternidad: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir”. (Patris corde, n. 7). Sin protagonismo, lleva a cabo toda la responsabilidad de un padre con su hijo. Y lo hace de una manera maravillosa, sabiendo que los protagonistas de su vida son el Niño y la Madre. Se sabe instrumento escogido por Dios para una tarea maravillosa cómo es la de introducir en la vida humana al Hijo de Dios hecho hombre.

San José continúa siendo padre en la sombra y protege y acompaña en su camino terreno a todos los que procuran venerarlo, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. San José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató dándole todo lo mejor que tenía. Con la gracia de Dios fue capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano al Hijo de Dios.

Busquemos aprovechar bien este mes de agosto, que muchos transcurriréis junto a vuestras familias, para ser, en la sombra, auténticos instrumentos de Dios para el crecimiento humano y espiritual de los que nos rodean. Imitando así a María y a José.

Mn. Xavier Argelich

Padre trabajador

Cuando Jesús predica en Nazaret sus conciudadanos se sorprenden y extrañan de sus conocimientos y de su elocuencia, llegándose a preguntar: ¿de dónde le viene a éste tal sabiduría y prodigios? ¿No es éste el hijo del artesano? Lo conocen por el oficio de san José.

Sin duda, san José, fue un Padre trabajador. Ejerció con diligencia y responsabilidad su trabajo profesional. Nos lo podemos imaginar trabajando en su taller, con presteza y maestría, y a la vez, con esfuerzo y empeño, con ilusión por realizar una tarea bien hecha, que satisfaga a sus clientes, entregando puntualmente y bien acabados los encargos recibidos. No sin gran acierto, la Iglesia celebra la fiesta de san José obrero y es modelo y ejemplo de hombre trabajador. Por eso, para todos los que procuramos realizar nuestras tareas habituales cara a Dios, buscando su Gloria, acudimos con frecuencia a la intercesión del santo Patriarca.

Como padre de familia, san José, realizó su tarea pensando en ella, superando las dificultades y el cansancio por amor a Jesús y a María, no solo para llevar el sustento necesario al hogar, sino porque los amaba. Se esmeró siempre en cumplir la voluntad de Dios que incluía proteger y sustentar a las personas que se le habían confiado.

Como buen Padre y trabajador se preocupó de enseñar el oficio a su hijo, a Jesús, que quiso aprender un oficio al igual que todos nosotros. Lo aprendió de san José y lo realizó junto a él durante muchos años. Aprendamos también nosotros a realizar nuestras tareas y trabajos con esmero y responsabilidad, haciéndolas por amor a Dios, a nuestros seres queridos y a toda la humanidad, conscientes de que el trabajo y cualquier ocupación honrada y digna nos perfecciona, nos santifica y lleva el mundo a Dios.

Mn. Xavier Argelich

Padre de la valentía creativa

El Papa Francisco nos presenta a San José cómo Padre de la valentía creativa. Vamos a reflexionar un poco sobre esta expresión original del Santo Padre.

Que San José sea considerado como Padre lo tenemos muy asumido y surge del hecho de ser escogido por Dios para que haga las veces de Padre de su Hijo en la tierra. Desde antiguo los cristianos hemos acudido a él como “padre y señor mío”. Él realmente ejerció de padre de Jesús desde el momento en que acogió en su casa a María. Conocemos los diversos pasajes del Evangelio en los que ejerce esa paternidad. Del mismo modo, acudimos a él frecuentemente buscando su intercesión paternal.

Valentía es una virtud del ser humano que impulsa a ejecutar una acción a pesar del miedo y temor por las dificultades y riesgos a sobrepasar. Es una disposición personal de afrontar de manera prudente pero decidida las situaciones difíciles y los problemas que se nos presentan en la vida corriente. Se trata, sobretodo, de realizar en todo momento la voluntad de Dios. Y esta es la actitud de San José ante todo aquello que Dios le pide, incluso cuando no acaba de comprenderlo o le pudiera parecer contradictorio frente a la condición divina de Jesús, como podría ser el hecho de no ser hospedado o tener que huir.

Creativa supone poner el ingenio personal, no esperar que nos lo den todo resuelto. San José busca cumplir la voluntad de Dios que se le manifiesta en sueños o en las diversas situaciones que se van presentando, pero lo que no se le dice es cómo debe llevarla a cabo. Es aquí cuando entra en juego su creatividad como vemos reflejado en el hecho de buscar un lugar para el nacimiento del Hijo de Dios y adecentarlo lo mejor posible, o cuando organiza la huida a Egipto y se las ingenia para vivir en ese país extranjero, o cuando decide ir a Nazaret. “Cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener” (Patris corde, 5).

Mn. Xavier Argelich

Padre en la acogida

En este mes de mayo, mes de María, vamos a contemplar cómo San José recibe en su casa a María. Transcurrido un cierto tiempo después de la Encarnación del Verbo, San José decide deshacer en secreto el acuerdo matrimonial con María, y lo decide así por ser un varón justo. Mientras San José consideraba esta decisión “Un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: – José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. (…) Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa” (Mat. 1, 18-24).

En todo momento San José actúa en bien de María, no piensa mal, no recrimina, no se siente ofendido. Al contrario, intuye la acción divina y decide no interponerse, deja que su esposa siga su camino. Y por eso, tampoco le sorprende que el ángel del Señor se le presente en sueños, no duda de él y pone por obra de manera inmediata lo que se le ha anunciado. Y recibe en su casa a María. Qué ejemplo tan maravilloso encontramos en el Santo Patriarca. Con confianza, seguridad y fortaleza, y de buen seguro, profundamente agradecido y enamorado, acoge a María en su casa. Decide compartir el misterio redentor con ella, sin cavilaciones ni cálculos ruines de lo que supondrá esa resolución. Es consciente que recibir y acoger a María es lo mejor que le podía pasar, aunque cambien de golpe todos sus planes y proyectos. Simplemente, se fía de Dios. Para José, María es un gran regalo que trae consigo un don mayor: el Hijo de Dios.

Acudamos a la intercesión de San José para que nosotros también sepamos acoger a María, para que la introduzcamos en nuestras vidas, la amemos y recurramos a su ayuda maternal en todo momento y nos muestre el fruto bendito de su vientre, Jesús. Y procuremos rezar con piedad y devoción el Santo Rosario, a poder ser, en familia, pidiendo por el fin de la pandemia y por las necesidades de todas las familias, especialmente por las que están sufriendo más las consecuencias económicas y morales de la pandemia.

Mn. Xavier Argelich

Padre en la obediencia

Acabamos de celebrar el misterio Pascual, la culminación de la obra redentora del Padre realizada por el Hijo. Dios nos ha salvado, nos ha redimido y nos ha hecho hijos suyos. No se nos escapa que todo ello es fruto de la obediencia del Hijo al Padre. Nuestro Señor Jesucristo lo manifiesta en muchas ocasiones, ha venido a cumplir la voluntad de su Padre.

Estos días pasados, hemos procurado acompañar al Señor en su Pasión y muerte y nos hemos alegrado con Él en su Resurrección. Uno de los momentos de mayor intensidad ha sido el de la oración en el huerto de los olivos, donde, de manera desgarradora pero bien consciente y libremente, dirige una petición a Dios Padre que termina con “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y fruto de esa obediencia, de esa identificación con el querer divino, todos los hombres y mujeres de todos los tiempos hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado, del mal. Ahora ya somos hijos de Dios con verdadera libertad. Alegrémonos y estemos agradecidos, correspondiendo a tanto Amor por nosotros.

En san José también encontramos esa actitud obediente. Su obediencia se encamina a dejar obrar en él y por él al querer de Dios. Los planes de salvación de Dios se llevan a cabo mediante la obediencia de sus elegidos. Sorprende este modo de actuar divino. Cuenta con nuestra libertad y, ésta, se pone en práctica y se engrandece obedeciendo, cumpliendo la voluntad de Dios.

A san José se le manifiesta el querer de Dios a través de la vida ordinaria, corriente, a través de los acontecimientos que ocurren a su alrededor y, principalmente, mediante la respuesta afirmativa de su esposa, María, a la voluntad de Dios. San José, a diferencia de María, le llega también ese querer en los sueños. Cuatro sueños que le ayudan a descubrir lo que Dios espera de él en momentos de mayor dificultad para discernir correctamente. Y con prontitud y decisión se levanta y los lleva a cabo, sin dilación, sin dudas ni temores, sin queja alguna y sin pedir explicaciones. En este tiempo pascual procuremos estar más atentos al querer de Dios y también veremos maravillas a nuestro alrededor, porque estaremos dejando que Dios actúe.

Mn. Xavier Argelich

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