El jubileo que estamos viviendo este año, como todo jubileo, tiene un elemento fundamental: la peregrinación. Peregrinar es ponerse en camino, emprender un recorrido hasta llegar a un lugar concreto, al que se quiere ir por algún motivo principalmente espiritual. Nos ponemos en camino para conseguir aquello que deseamos. Es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. El año santo nos invita a caminar hacia la gracia del perdón de nuestros pecados y de la purificación del alma. Por eso es un camino de esperanza, porque confiamos plenamente en obtener esa gracia que nos conduce al Amor de Dios, al cielo.
Como nos dice el Papa Francisco, “la peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial.” Cuando peregrinemos a una iglesia jubilar busquemos revitalizar nuestro camino de fe y bebamos de los manantiales de la esperanza, sobre todo acercándose al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión.
La vida cristiana es un camino que necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, la cual nos permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús. El año jubilar es uno de estos momentos. Aprovechemos este momento para introducirnos con mayor confianza al amor misericordioso de nuestro Padre Dios. Si sabemos acudir al sacramento de la reconciliación con verdadero arrepentimiento de nuestros pecados, con la disposición interior de abrir totalmente nuestra alma para que el sacerdote, ministro de Dios, pueda purificarla bien y nos ayude a formular un auténtico propósito de enmienda, obtendremos una paz inmensa y nuestra alegría será indescriptible. Si lo hacemos, habremos aprovechado el tiempo fuerte de espiritualidad que la Iglesia nos ofrece. No hay nada mejor que dejar que Dios nos cure y nos salve con su perdón y gracia abundante.
Acudamos frecuentemente al trono de la gracia, a María, refugio de los pecadores, consoladora de los afligidos y nos será más fácil recorrer este camino de esperanza.
Mn. Xavier Argelich