El tiempo de adviento es un tiempo de espera y de llegada. Esperamos la segunda venida del Señor al final de los tiempos y nos preparamos para la llegada del Señor el día de Navidad.
Cuando venga, a todos aquellos que esperamos su segundo advenimiento, nos unirá a Él para que entremos y tomemos posesión del reino prometido. Esta certeza que nos viene por la fe no es un mero deseo, sino que se fundamenta en la Encarnación del Hijo de Dios, en su primer advenimiento. Este es el gran misterio que abre de par en par las puertas del Cielo y lleva a cumplimiento las promesas hechas por Dios a lo largo de la historia. Aquí reside el fundamento de la esperanza que alimentamos en nuestro corazón: su pronta venida.
No conocemos cuándo llegará su venida definitiva, pero sí conocemos cuándo llegó a salvarnos. De ahí que el tiempo de Adviento sea esperar su segunda venida y prepararnos para celebrar su primera venida. Y, la mejor manera de vivir este tiempo es participar del misterio inefable de sus planes de salvación, es decir, de la Santa Misa. En ella descubrimos y revivimos su venida en la carne y toda su obra redentora, a la vez que deseamos, esperamos y pedimos poder participar de la liturgia celestial. La Eucaristía nos introduce en el Amor de Dios y, por lo tanto, nos introduce en el cielo. Es, además, la garantía de alcanzarlo ya que es Él mismo quien viene a nosotros cada vez que se celebra y cada vez que lo recibimos en la comunión eucarística.
Qué importante es vivir el adviento con deseos grandes de mejora personal y de conversión sincera para dejar que Dios venga a nosotros. La Virgen María nos muestra el camino a seguir: Hágase en mí según tu Palabra. Pan y Palabra, Eucaristía y oración. ¡Ven Señor, Jesús!
¡Feliz Navidad!
Mn. Xavier Argelich