Dios no se impone. Y es el único que podría hacerlo sin faltar a la justicia y a la libertad. Pero no lo hace. Ha escogido darse a conocer a través del Verbo encarnado y anunciar y revelar la venida del Reino de Dios, de la salvación, para que cada uno libremente la acepte en su corazón.
Nuestro Señor Jesucristo, antes de volver al Padre, se dirige a aquellos que le han seguido y son testigos de su resurrección y les deja sus últimas palabras: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Y así lo hicieron, y así debemos continuar haciéndolo todos los que creemos en Él.
La Palabra de Dios se nos ha dado para vivirla y transmitirla. Cuanto más la vivamos, más y mejor lograremos hacerla llegar a los demás hombres y mujeres.
La Iglesia y los cristianos no han dejado de hacerlo desde ese día de la Ascensión del Señor a los cielos. Ilusionémonos con el anuncio de la Palabra! Seamos verdaderos apóstoles, anunciadores del don de Dios, que sale al encuentro de todos y de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Anunciar la Palabra de Dios es muy gratificante, ya que nos acerca más a Él y nos lleva a dar a los demás lo mejor que tenemos: Dios mismo. Anunciamos la felicidad, la alegría del Evangelio, la paz, la justicia, la verdad, la caridad, la fraternidad, etc. En definitiva, anunciamos el Amor de Dios a los hombres. Nada llena más que éste amor. Si acogemos el Amor de Dios habremos dado sentido a nuestra vida. Si, además, lo propagamos devolveremos a muchos el sentido de sus vidas. Sintamos con San Pablo ese Amor de Cristo que nos apremia y nos lleva a anunciar el Evangelio.
Mn. Xavier Argelich