Iniciamos la cuaresma en este año santo y por eso os propongo que os la planteéis como un camino a recorrer con verdadero espíritu de conversión y penitencia personal. El camino cuaresmal siempre nos invita a la conversión del mismo modo que lo hace el año jubilar. Tenemos una doble motivación para que esta cuaresma suponga un auténtico encuentro con el amor misericordioso de Dios.
La Iglesia nos invita siempre en este tiempo a reencontrarnos con Cristo mediante la oración, el sacrificio y las obras de caridad, que nos facilitan reconocer nuestros pecados y nos llevan al arrepentimiento y la contrición, que culmina en el abrazo paterno y materno de Dios en el fabuloso sacramento del perdón. De esta manera, nuestra alma queda limpia y purificada para poder unirse a Cristo en su Pasión y muerte y gozar con Él en su Resurrección.
El camino cuaresmal que procuraremos recorrer en este año santo nos conduce a la penitencia que proviene de la palabra griega metanoia que en la Biblia significa la conversión (cambio espiritual) del pecador. La penitencia hace referencia a todo un conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido, y el estado de cosas que resulta de ello para el pecador. Supone un cambio de vida, ya que es un acto del pecador por el que vuelve a Dios después de haber estado alejado de Él. De ahí, que este año jubilar sea una gran ocasión para crecer en ese espíritu de penitencia que tanto nos ayuda a acercarnos más a Dios, a manifestarle nuestro agradecimiento y amor por su entrega total a los hombres.
Tal como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás (n. 1434)”. Busquemos, con la ayuda de la Virgen María y de San José, la mejor manera de recorrer este camino cuaresmal.
Mn. Xavier Argelich