Este mes celebraremos, como cada año, la solemnidad de la Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma. Es una fiesta que nos ayuda a fijarnos una vez más en la Virgen María y en su respuesta a la llamada de Dios, que culmina, precisamente, con el privilegio de ser Asunta al cielo. Toda la vida de María es un cumplir la voluntad de Dios. Nos podemos preguntar cómo logra vivir de esta manera. La respuesta no sólo está en los grandes privilegios de los que fue dotada desde su Inmaculada concepción sino también en su correspondencia personal y libre a tales privilegios. Al fijarnos en su vida descubrimos que María es un alma de oración, que tiene vida de oración.
La tradición nos la muestra recogida en oración en el momento de la Anunciación. Cuando visita a su prima Santa Isabel exclama en un cántico magnífico, una oración preciosa y elevada, fruto de su trato personal con Dios. Ante los acontecimientos de su Hijo que no acaba de comprender, la Sagrada Escritura afirma que los guardaba y meditaba en su corazón. Al pie de la Cruz la vemos en unión de corazón, de intención y de petición con la entrega suprema de su Hijo por todos nosotros. Y, en el momento de la Asunción, nos es fácil imaginarla recogida en oración rodeada de los Apóstoles, igual que en Pentecostés. El secreto de su vida santa es el mismo de todos los que queremos alcanzar la santidad: Vida de oración.
El Catecismo de la Iglesia Católica dedica toda su cuarta parte a la oración. En su título tercero nos habla precisamente de la vida de oración, sería muy bueno repasarlo durante este tiempo estival. Ahí encontramos expresiones que nos impulsaran a crecer en esta característica tan propia de Cristo y de los cristianos. Sabemos que la oración va unida al “combate espiritual” y que requiere un esfuerzo personal para conseguir ser alma de oración. La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. En la oración nos descubrimos y descubrimos a Dios y buscamos unirnos más a Él y cumplir su voluntad. La oración perseverante acrecienta nuestro amor a Dios y a los demás y nos descubre las maravillas de la vida nueva en Cristo.
Mn. Xavier Argelich