Este es el anuncio que la Iglesia proclama desde hace siglos, el mismo que durante estos días de Pascua resuena sin cesar en la Liturgia, como un canto de alegría que llena de esperanza nuestra vida. Una esperanza que es sobrenatural y, por lo tanto, no es un simple deseo de alcanzar algo que no se tiene, como las esperanzas puramente terrenas, que a menudo no llegan a realizarse y, cuando se cumplen, dejan siempre un poso de insatisfacción. No, es una esperanza teologal y por lo tanto cierta, segura y de la cual ya disfrutamos en esta vida porque la resurrección de Cristo nos pone en condición de conocer y de gustar los bienes eternos que esperamos alcanzar con plenitud en la vida eterna.
La Santa Misa nos hace presente constantemente esta esperanza, por eso, la comunión eucarística es prenda de vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, así nos lo ha asegurado el mismo Cristo. Además, la Santa Misa es el memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo. Es memorial, no sólo memoria o recuerdo de algo que pasó. La palabra memorial significa que el Sacrificio del Calvario y la Resurrección de Cristo se hacen presentes cada vez que se celebra la Misa. Es decir, la Santa Misa es el mismo sacrificio de la Cruz que se renueva sobre el altar. Cristo se vuelve a ofrecer a Dios Padre por nosotros.
La misa, al ser el memorial del misterio pascual de Cristo, nos convierte en partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte y da significado pleno a nuestra vida. Nos llena de esperanza y nos impulsa a llevar esta esperanza a los demás. El tiempo pascual que iniciamos es un tiempo eminentemente eucarístico y, si lo vivimos así, nos ayudará a buscar en todo lo que hacemos a Dios y nos impulsará a anunciar que Cristo vive y nos invita a seguirle llenando de verdadera esperanza nuestra existencia.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Mn. Xavier Argelich