El mes de noviembre empieza con la celebración de la solemnidad de Todos los Santos. La Iglesia nos invita a alegrarnos por todos aquellos que han alcanzado ya la Vida eterna, a la vez que nos anima a seguir ofreciendo sufragios y oraciones por los que esperan llegar pronto a gozar definitivamente de Dios, pero necesitan todavía acabar de purificarse en el Purgatorio.
Todos deseamos alcanzar la Vida eterna y ser contados entre el número de los santos porque hemos sido llamados a ser santos desde el mismo instante en que recibimos las aguas bautismales.
Santo es sinónimo de bienaventurado, dichoso, feliz. La santidad es el don de Dios que colma todas las aspiraciones humanas; es la plenitud de la vida cristiana que consiste en unirse a Cristo, aprendiendo a vivir como hijos de Dios con la gracia del Espíritu Santo y viviendo la perfección de la caridad. Quien aspira a la santidad procura crecer constantemente en esa unión con Cristo, busca siempre vivir en Cristo y se deja transformar por la acción del Espíritu Santo en su alma. Quien es santo es Dios, nosotros somos llamados a la santidad y nos corresponde responder libremente a esa llamada. Una vez escogemos ser santos Dios empieza a realizar su obra santificadora en nosotros. Esa elección a la santidad nos lleva a dejar hacer a Dios su obra en nosotros a través de los Sacramentos, de la oración, de la escucha atenta de la Palabra, del trabajo bien realizado y de las obras de caridad.
Dios nos llama a ser santos y nos quiere santos pero, parafraseando a San Agustín, no la llevará a cabo sin nosotros, sin nuestra correspondencia a la gracia y nuestra búsqueda constante de la santidad. Por eso es bueno que con frecuencia le digamos desde el fondo de nuestro ser que sí, que quiero ser santo.
La santidad -nos recuerda San Josemaría- no consiste en realizar unas gestas extraordinarias, sino en cumplir con amor los pequeños deberes de cada día. “¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”. ¡Está al alcance de todos, decidámonos a ser santos!
Mn. Xavier Argelich