La crisis sanitaria, laboral y social ocasionada por el covid-19 se ha incrementado en estas últimas semanas y las previsiones de los entendidos es que seguirá aumentando. Ante esta situación es fácil desanimarse, agobiarse, paralizarse como consecuencia de la incerteza o la inseguridad, provocando incluso una crisis espiritual más grande de la que ya están sufriendo un buen número de creyentes.
Pero, la vida espiritual precisamente es la que nos ayudará de manera más efectiva a afrontar la crisis actual y superarla, sino sanitariamente, si en los demás aspectos. La fe y, por lo tanto, la vida de piedad, más intensa por las circunstancias, nos impulsan a vivir el momento presente esperanzados. Con una esperanza firme y segura que nos pone en movimiento, nos estimula a buscar soluciones concretas y eficaces ante las dificultades provocadas por la pandemia. Nos empuja a estar más cerca de Dios y de los demás, especialmente de los más afectados. Nos lleva a afrontar la enfermedad y la muerte de nuestros seres queridos y de nuestros amigos y conocidos con la certeza de que vamos al encuentro de la Vida eterna, de la felicidad sin fin.
La esperanza cristiana es seguridad en la lucha, en el combate espiritual, es constancia en el esfuerzo por ser mejores, es saber que Dios nos dará los medios para afrontar y superar las dificultades que se nos presenten, es consciencia de que Dios nos gobierna contando con nuestro esfuerzo, por eso cultivar la esperanza significa robustecer la voluntad (Surco, 780).
La esperanza es virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo (Compendio CEE, 387). Los cristianos vivimos de esperanza porque llevamos el alma iluminada con un horizonte eterno al que nos dirigimos. No depende de nosotros, de nuestro ánimo, sino de la venida de Cristo a este mundo que con su amor redentor nos da vida y esperanza.
Mn. Xavier Argelich