Llegamos al mes de agosto y continuamos bajo la sombra, no pequeña, de la pandemia. Situación que ha provocado afrontar un mes, tradicionalmente dedicado al descanso, de un modo distinto al habitual. Pero no por ello dejaremos que decaiga nuestro ánimo y nuestra esperanza. Si somos hombres y mujeres de fe también lo seremos de esperanza.
La Solemnidad que celebraremos a mitad de mes, la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma, nos brinda la oportunidad de acogernos una vez más a su maternal protección y afrontar la situación actual con más visión sobrenatural y, por lo tanto con confianza plena en Dios.
Las palabras del papa emérito, Benedicto XVI, hablando de esta fiesta nos pueden facilitar tener esa actitud esperanzadora: “En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios.”
La imagen de Santa María de Montalegre nos invita a meternos bajo su manto, ese manto amplio, extendido, para que todos quepamos; para que nadie quede excluido de su maternal protección. Acudamos a Ella con confianza, recemos con fe para superar las consecuencias negativas de la pandemia. Como nos aconseja san Josemaría: “llámala fuerte, te escucha”. María siempre escucha nuestras peticiones. En estos momentos de mayor dificultad le pedimos que se muestre como Madre, que vierta sobre nosotros la esperanza segura que sólo puede otorgarnos su Hijo, Jesucristo. Esa esperanza es certeza de que, con la ayuda de todos, afrontaremos con serenidad las dificultades y las superaremos. Como hemos hecho hasta ahora.
Mn. Xavier Argelich