La Pascua nos pone ante la grandeza del misterio de la redención que se hace presente en nuestra vida y en el mundo a través de los sacramentos de la Iglesia y de modo particular, en la Pascua, con los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. El confinamiento, provocado por la pandemia del coronavirus, ha dificultado e impedido que podamos participar de la celebración de los misterios pascuales. Bautizos, confirmaciones y primeras comuniones que se han debido retrasar. Tantos domingos y días sin poder asistir a la Eucaristía en las Iglesias, sin poder comulgar y sin poder recibir la absolución de nuestros pecados en el sacramento de la penitencia. Todo ello, gracias al esfuerzo de todos, a la ayuda de los medios telemáticos y, sobre todo, de la gracia de Dios, que no nos deja nunca, no nos ha desalentado. Es más, ha supuesto un redescubrimiento del valor y la fuerza que tienen la Eucaristía y los demás sacramentos en nuestra vida. Ha suscitado un deseo ardiente de participar de la Santa Misa y de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Estoy convencido que todos nos hemos formulado propósitos de, cuando podamos, vivirlos con más intensidad, con más fe y sacar mayor fruto de este don precioso que Dios nos ha dado.
Necesitamos vivir de la Eucaristía, alimentarnos de ella y de los demás sacramentos. La Iglesia y los cristianos vivimos de la Eucaristía y cuando nos falta nos duele y nos sentimos más vacíos. No obstante, durante este tiempo, con la oración, las comuniones espirituales y las misas en la televisión o en internet nos han ayudado a mantener viva la esperanza y a descubrir lo mucho que necesitamos los sacramentos. Dios nos lo habrá compensado otorgándonos muchas gracias.
Preparémonos para recuperar, lo antes posible, tanto bien. Fomentemos un deseo ardiente de recibirle en la comunión eucarística. Nos puede ayudar repetir con frecuencia y meditar diariamente estas preciosas palabras de Santo Tomás de Aquino: “¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que da la vida al hombre. Concédele a mi alma que de Ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.”
Mn. Xavier Argelich.