La cuaresma nos dispone y prepara para celebrar la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Es un camino hacia la Pascua que es el centro de gravedad de la historia del mundo, es un volver al Amor eterno, que se entrega a la muerte de cruz por nuestros pecados y resucita victorioso para darnos vida sobrenatural, vida en el espíritu.
En el tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos despierta de nuevo a la necesidad de renovar nuestro corazón y nuestras obras, de modo que descubramos cada vez más la centralidad del misterio pascual: Cristo nos ha salvado, nos ha liberado de las ataduras del demonio.
Desde joven sacerdote, San Josemaría animaba a meditar la Pasión del Señor, el misterio de nuestra redención, el amor de Dios por cada uno de nosotros que sufre lo insufrible para conseguirnos el perdón de nuestras ofensas; que ofrece su vida para que tengamos vida en Él; que se deja ultrajar para mostrarnos la fuerza de la caridad verdadera; que abre sus brazos en la cruz para abrazarnos a todos; que derrama hasta la última gota de su sangre para purificar nuestro corazón y nuestros sentimientos; que lleva la cruz a cuestas para fortalecer nuestra lucha diaria; que entrega su vida al Padre para elevarnos a la dignidad de hijas e hijos de Dios; y que resucita para llenarnos de esperanza y para que seamos testigos ante el mundo de su obra salvadora.
La meditación de la pasión nos llevará, en palabras del Papa Francisco, a mirar los brazos abiertos de Cristo crucificado y dejarse salvar una y otra vez por Él. Nos llevará a desear la conversión, a orar con más intensidad, a sacrificarnos personalmente para que Él viva en nosotros, a mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren. Nos llevará a confesar nuestros pecados y creer en su misericordia que nos libera de la culpa. Junto a la cruz siempre encontraremos a María.
Mn. Xavier Argelich