Todo inicio de año supone un aliciente para renovar los buenos deseos de mejorar y no repetir los errores cometidos en el año que acabamos de dejar. Pero, a la vez, no podemos olvidar todo el camino recorrido hasta ahora con todas las cosas buenas realizadas. De ahí, que al empezar un nuevo año, hacemos un poco de balance del año anterior y damos gracias a Dios por tantas bondades recibidas, por nuestro trabajo bien realizado, por nuestros esfuerzos por ser mejores y porque también hemos sabido aprender de nuestros errores y hemos procurado corregirlos. También damos gracias a Dios porque nos ha ayudado siempre y nos ha perdonado siempre que hemos acudido a Él arrepentidos. Si miramos atrás sólo tendríamos que tener motivos para ser agradecidos a Dios y a tantas personas que nos rodean y nos quieren. Y así es como os animo a empezar este año.
Damos gracias y formulamos propósitos de seguir avanzando por el camino correcto, aquel que nos marca nuestro Señor Jesucristo. Enderecemos lo que haya que enderezar, reforcemos lo que haya que reforzar, emprendamos lo que todavía tenemos que emprender, mantengámonos firmes en nuestras convicciones acertadas y seamos constantes en nuestra vida cristiana, con deseos de acercarnos más y más a Dios. Que Él sea realmente el fin y el objeto de nuestra existencia. Para ello es importante tener una sólida formación y vivir con constancia aquellas prácticas de piedad que acostumbramos a vivir o que podemos empezar a vivir a partir de ahora.
Este año celebraremos el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II y, por este motivo, hemos organizado una peregrinación a Polonia a finales del verano próximo. Su vida y su magisterio como Papa es un estímulo para buscar enamorarnos más de Dios y de la Virgen, a través de los sacramentos y de las prácticas de piedad: ¡cómo oraba! ¡cómo rezaba el Rosario! ¡el Ángelus! y tantas otras manifestaciones de piedad de las que muchos hemos sido testigos y nos han servido para mantenernos seguros en el camino emprendido, el camino que conduce al encuentro definitivo con Dios. ¡Feliz Año Nuevo!
Mn. Xavier Argelich