El pasado 18 de mayo, en Madrid, era declarada beata una mujer del Opus Dei. La primera fiel laica de esta Institución de la Iglesia, fundada en 1928 por San Josemaría Escrivá, que llega a los altares. Es un motivo de alegría para todos.
Nos encontramos ante una mujer cuya vida ha sido iluminada por la fidelidad al Evangelio, y ella misma ha sido luz para aquellos que ha encontrado a lo largo de su existencia, mostrando un coraje y una alegría de vivir que procedían de su abandono en Dios, a cuya voluntad se conformaba día tras día, y cuyo descubrimiento la hizo testigo valiente y anunciadora de la Palabra de Dios.
Guadalupe estaba siempre alegre porque dejó que Jesús la guiara y que Él se encargara de llenar su corazón. Desde el momento en que vio que Dios le llamaba a santificarse en el camino del Opus Dei, fue consciente de que esa misión no era simplemente un nuevo plan terreno, ciertamente ilusionante, sino que era algo sobrenatural, preparado por Dios desde siempre para ella. Y, dejándose llevar por esta certeza de fe, Dios la premió con una fecundidad espiritual y apostólica que no podía siquiera sospechar y con una felicidad grande y contagiosa.
Decidámonos a imitarla, conscientes de que la santidad supone abrir el corazón a Dios y dejar que nos transforme con su amor, y supone también salir de sí mismo y andar al encuentro de los demás donde Jesús nos espera, para llevarles una palabra de ánimo, una mano de apoyo, una mirada de ternura y consuelo. Ella puso sus numerosas cualidades humanas y espirituales al servicio de los demás, ayudando de modo especial a otras mujeres y a sus familias necesitadas de educación y desarrollo.
Mn. Xavier Argelich