El mes pasado recordábamos unas palabras de Tertuliano (siglo II) que manifiestan la manera de vivir la fraternidad y la unión entre ellos, de los primeros cristianos: ¡Mirad cómo se aman!
Podríamos afirmar que la nota más característica de la vida de los primeros cristianos era, precisamente, cómo sabían quererse entre sí. Esta es la señal por la que serán reconocidos por los que no creen en Dios y, seguramente, el motivo de que muchos se sintieran atraídos a la fe en Dios.
Los primeros cristianos procuraban llevar a la práctica el mandato de Jesús “amaos unos a los otros como Yo os he amado”: ésta es la herencia que nos han dejado. Ahora nos corresponde a nosotros seguir transmitiendo esta herencia al mundo entero.
Para ello, conviene empezar por querer más a las personas que tenemos a nuestro alrededor y en primer lugar a los familiares más directos. La fraternidad en sentido propio se refiere a los hermanos de sangre. Y por extensión a los bautizados, los que forman la Iglesia, y también a todos los demás. Seguir este orden es manifestación clara de la verdadera fraternidad.
Un aspecto en el que todos podemos esforzarnos y que nos ayudará a vivir mejor la fraternidad es procurar escuchar más a los demás, con atención e interés verdaderos. El interés por los asuntos de nuestros hermanos facilitará, a la vez, que no estemos tan pendientes de nuestras cosas y que apreciemos más a los demás.
La fraternidad, el amor al prójimo, se apoya en el amor a Dios. Necesitamos de la fuerza que encontramos en la fe en Dios para ser pacientes, amables, compresivos, misericordiosos y dispuestos a dejar lo nuestro para ayudar al otro.
También nos puede ayudar el fijarnos en la Virgen María y sus desvelos por todos los hombres y mujeres, en primer lugar, por los que buscan amar a su Hijo.
Mn. Xavier Argelich