¡Dios viene! Esta breve exclamación abre el tiempo de Adviento y resuena durante estas semanas de preparación para el nacimiento del Hijo de Dios.
Es un tiempo de espera alegre que nos lleva a disponernos y a disponer nuestro hogar y entorno para darle el mejor recibimiento posible a nuestro Redentor, a nuestro Dios. Por eso procuraremos, en primer lugar, preparar nuestra alma para que encuentre en ella una digna morada. Alimentemos, estos días, nuestra vida espiritual con los textos sagrados que la liturgia nos presenta y fomentemos la ilusión de la venida de Cristo a la tierra.
Y, a la vez, buscaremos adornar nuestro mundo para que cuando llegue encuentre un ambiente festivo, lleno de alegría, paz, caridad y mucha fe. De ahí la necesidad de adornar e iluminar bien nuestras casas y ciudades.
En una sociedad como la nuestra, cristiana pero cada vez más paganizada, el Adviento es una buena ocasión para dar testimonio de la venida de Dios al mundo. Mostremos nuestra fe en el modo de actuar y de celebrar las próximas fiestas navideñas. La certeza de la venida de Cristo nos llevará a vivir este gran acontecimiento preparándonos con la oración, fomentando la esperanza y viviendo las costumbres cristianas de estas fechas. La corona de Adviento, el Belén, el árbol de Navidad, el Niño Jesús, las comidas familiares, la celebración de la Epifanía, etc. nos introducen en el gran misterio de la venida del Señor para habitar entre nosotros y manifestar su gran Amor a los hombres.
Las velas de la corona de Adviento que encenderemos cada domingo iluminarán nuestro interior para dar cabida y cobijo al Niño-Dios que nacerá en Belén. ¡Feliz Navidad!
Mn. Xavier Argelich