A finales del mes pasado concluyó en Roma el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Durante todo el mes de octubre, en Montalegre, lo hemos vivido rezando diariamente el Santo Rosario en comunidad de fieles, tal como nos propuso a todos los cristianos el Papa Francisco. Ahora seguiremos rezando por las conclusiones y los frutos del mismo.
La Iglesia entera ha reflexionado sobre la juventud, la fe y la llamada de Dios a todo creyente, especialmente a ellos, los más jóvenes. En el sínodo se ha hablado del valor de los jóvenes para la Iglesia y de cómo los adultos podemos ayudarlos a desarrollar todas sus capacidades en bien de la fe y de la respuesta generosa a Dios. Es una cuestión que nos afecta a todos, tanto jóvenes como menos jóvenes. La fe se vive y se transmite principalmente en el seno de la familia, con la ayuda de la comunidad eclesial de la que formamos parte.
Por ello, os animo a todos a reflexionar sobre cómo vivimos la fe y cómo procuramos transmitirla. A través del ejemplo, de las obras y, también, de la palabra, acogiendo, comprendiendo y acompañando a los demás, mostrando, al mismo tiempo, una verdadera preocupación por los más necesitados espiritual y materialmente. Es una tarea que nos ilusiona y que traerá un rejuvenecimiento en la Iglesia y de cada uno de nosotros. Recemos por los jóvenes y con los jóvenes, acercándonos a ellos con verdadero amor cristiano y facilitándoles que conozcan el verdadero rostro amable de Cristo.
Acudamos este mes de noviembre de modo especial a la intercesión de los santos y de las almas del Purgatorio, ofreciendo por ellas abundantes sufragios deseosos de que lleguen al cielo y nos contagien el deseo de alcanzar la meta no sin antes contagiar a muchos la alegría de nuestra fe.
Mn. Xavier Argelich