El Santo Padre Francisco nos acaba de escribir una Exhortación Apostólica sobre la santidad en el mundo de hoy muy interesante y de lectura recomendada. Como casi todos sus documentos, comienza con una invitación a alegrarnos. La santidad es camino de felicidad y alegría, a imitación de la vida de Jesucristo. El santo es que una persona alegre porque busca en todo momento hacer la voluntad de Dios y la unión con Él. Esto supone estar abierto a los demás, algo que el Santo Padre destaca de manera especial como una característica del santo. La Santidad es el ejercicio de las Bienaventuranzas, es vivir en comunidad, empezando en la propia familia, es paciente, audaz y busca la constancia en la oración. El santo está abierto a la vida, el mundo y a los demás porque busca amar por encima de todo.
Frente a las circunstancias actuales de nuestra sociedad globalizada y que vive sin Dios, encuentro de gran significación e importancia este documento, en particular para remover los corazones de los creyentes y provocar una reacción profunda dentro de nosotros mismos para vivir la vida cristiana con plenitud. Sin necesidad de ser perfectos, pero con el firme deseo de buscar la perfección a la que Dios nos llama, es decir, a dejar que Dios nos vaya transformando, nos haga santos a pesar de nuestras deficiencias y debilidades, de nuestras imperfecciones. Dejar hacer a Dios en nuestras circunstancias personales, en nuestro día a día en el mundo de hoy. Afrontar la realidad con naturalidad y sencillez, pero deseando llegar a la santidad personal.
El nuevo documento nos ha llegado a las puertas del mes de María, a quien el Papa llama “la santa entre los santos” y ha querido concluir la Exhortación animándonos a acudir frecuentemente a su intercesión maternal, a Ella que es “la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. ” Nos invita a “conversar con ella”, ya que de esta manera “nos consuela, nos libera y nos santifica”. Nos recuerda que la Madre no necesita muchas palabras, no hace falta hacer un gran esfuerzo para contarle lo que nos pasa, es suficiente musitar a menudo: “Dios te Salve, María…”.
Mn. Xavier Argelich