Al iniciar un nuevo año formulamos nuestros buenos propósitos de mejorar en todos, o al menos en buena parte, de los distintos aspectos que conforman nuestra vida. Y es bueno que lo hagamos así, ya que supone un buen estímulo para seguir progresando como personas. Significa, también, que afrontamos nuestra existencia con ilusión y esperanza, avanzando hacia una meta concreta y definitiva, que nos interpela constantemente y nos muestra el camino a seguir, porque Él, Cristo, también lo ha recorrido, tal como hemos vuelto a revivir en estos días navideños.
Este año me propongo dedicar estas editoriales a reflexionar sobre dos aspectos de gran relevancia para la vida de la Iglesia y de la sociedad: la Familia y la llamada de Dios al servicio de su Iglesia y de todos. Son dos aspectos en los que el magisterio del Papa Francisco ha profundizado de manera especial y preferente. Y continuará haciéndolo, ya que sin la familia y sin vocaciones la transmisión de la fe no es posible. Para llevar el mensaje de Jesucristo al mundo entero se requiere que la institución familiar sea fuerte y que de ella surjan abundantes apóstoles, dispuestos a anunciar la Buena Nueva inaugurada con el nacimiento del Hijo de Dios.
Nos facilitará esta tarea la relectura de la Exhortación Apostólica “Amoris Laetiae”, la Alegría del Amor, así como los documentos preparatorios del próximo Sínodo de Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Empecemos el año con el propósito de rezar más por la familia y por los jóvenes. Tanto el relato del Génesis de la creación del hombre y la mujer, como el relato evangélico de la elección de los apóstoles se encuadran en un clima de oración y, a la vez, de cierta solemnidad. Por eso, la principal actitud de los que tenemos fe, frente a la familia y las vocaciones, es la oración y la consciencia de la trascendencia de ambas realidades, que son inseparables, para la vida del hombre y la mujer en la tierra.
Dios es familia, el Hijo de Dios nace en una familia, Dios llama al hombre y a la mujer a formar una familia y Cristo funda la Iglesia como familia y le otorga una misión bien precisa. Empezamos el 2018, y deseamos ser hombres y mujeres de fe a imitación de María, modelo de madre de familia y de correspondencia a la llamada de Dios. A ella acudimos confiados, especialmente el primer día del año, celebrando su Maternidad divina.
Mn. Xavier Argelich