Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento, en el que los cristianos nos preparamos para el nuevo advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo al final de los tiempos y para celebrar su nacimiento, al llegar la plenitud de los tiempos, en Belén.
El amor de Dios a los hombres es tan grande que se hace uno de nosotros: el Verbo de Dios, la Palabra, se encarna en el seno virginal de María. Dios, que nunca ha abandonado a sus criaturas, viene a nuestro encuentro. Él, que ha hecho todo mediante su Palabra, envía a su Hijo al mundo para que nosotros podamos encontrarlo, escucharlo y volver a Él una vez hayamos aceptado su Palabra, sus designios amorosos para con nosotros.
La Encarnación y el Nacimiento del Verbo suponen un antes y un después para toda la humanidad. Que la celebración de la Navidad, precedida del Adviento, suponga un nuevo impulso a nuestra vida cristiana. Dispongámonos a escuchar y meditar de nuevo los acontecimientos que serán proclamados desde el ambón: el anuncio del Ángel a María, las deliberaciones de san José, el gozo de Isabel, el nacimiento en un portal de Belén, el anuncio a los pastores, el canto de los Ángeles, la adoración de lo Magos e, incluso, la ingratitud del género humano. Estemos dispuestos a escuchar y recibir en nuestro corazón la buena nueva de Navidad, la alegría de la venida del Hijo de Dios, que nos trae sus Palabras de vida y salvación.
Alimentemos, en estos días, nuestra vida espiritual con los textos sagrados que la liturgia nos presenta y fomentemos la ilusión de la venida de Cristo a la tierra. Vivamos esta espera alegre cuidando de manera especial la Eucaristía dominical. Las velas de la corona de adviento que encenderemos cada domingo iluminarán nuestro interior para dar cabida y cobijo a la Palabra, al Niño-Dios que nacerá en Belén. ¡Feliz Navidad!
Mn. Xavier Argelich