En el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, leemos el relato de la creación: “Y dijo Dios, hágase…” y todo se hizo según decía. Cada día veía lo que había hecho y era bueno. Llegó el séptimo día y la Palabra descansó. Es un relato que desde pequeños se nos ha quedado impreso en la memoria y, seguramente, no necesitamos acudir al texto impreso para recordarlo. Dios habla y crea. Dios hace todo a través del Verbo, de la Palabra, del Hijo. Y todo lo crea para Él. Y, además, también descansa.
Nos puede sorprender que Dios descanse. Jesucristo en el evangelio nos dice que su Padre “actúa ayer, hoy y siempre”. Parece contradictorio y. sin embargo, no lo es. No se trata de un descanso inactivo, hace falta que lo creado contemple al Creador y lo alabe. Además, la Palabra se nos revela a nosotros y nos muestra la necesidad de trabajar y de descansar. Cristo, experimenta también el cansancio y en ocasiones se retira con los Apóstoles a un lugar apartado para descansar.
Todos necesitamos descansar para seguir haciendo el bien. El descanso divino también nos habla: la vida activa debe ir unida a la vida contemplativa. El descanso nos lleva a agradecer y alabar a Dios por la creación. A darle culto siempre y especialmente el domingo. Procuremos aprovechar los períodos de descanso para cultivar el espíritu: el descanso facilita la oración, el recogimiento interior, la lectura espiritual y la práctica de las obras de caridad y servicio a los demás, especialmente en la vida familiar. ¡Aprovechemos bien el tiempo de descanso!
Mn. Xavier Argelich