Este año damos inicio a la Cuaresma el mismo día que comenzamos el mes de marzo. Empezamos este tiempo de conversión y penitencia recordando nuestra procedencia y nuestro destino con la imposición de la ceniza. Se trata de un signo bien visible de la necesidad de morir a la carne para nacer a la vida del espíritu. Procuremos vivirlo con deseos sinceros de crecimiento espiritual a través de las prácticas habituales de este tiempo, como nos recuerda el Papa Francisco en su mensaje cuaresmal: “La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna”.
Actualmente se hace necesario profundizar en el porqué de éstas prácticas. Para ello es preciso acudir a las fuentes de donde emanan las recomendaciones de la Iglesia: los Evangelios, la Palabra de Dios. Ahí encontramos el fundamento de toda la vida cristiana y, por lo tanto, también de la necesidad de purificarnos, renovarnos, convertirnos constantemente y más en Cuaresma.
Nuestro Señor Jesucristo, para afrontar los años intensos de predicación y manifestación pública del Reino de Dios, y, para llevar a cabo la salvación de los hombres y mujeres de todos los tiempos mediante su pasión y muerte en la cruz, se retira cuarenta días en el desierto para ayunar y orar. Nos muestra la manera de vencer las tentaciones del maligno y las prácticas propias de toda conversión personal para vivir el querer de Dios y llegar al triunfo de la nueva vida en Cristo resucitado.
El Papa nos anima a vivir la Cuaresma desde el Evangelio, descubriendo el don de la Palabra y en ella, descubrir que los demás son, también, un don. Adentrémonos en las principales parábolas evangélicas y descubramos estos dones de Dios.
Mn. Xavier Argelich