Empezábamos el año recordando que la Palabra de Dios, Cristo, es nuestra esperanza segura. Fomentemos el deseo de esta esperanza y, ciertamente, nos llevará a vivir con más plenitud nuestra fe.
Para esto, es necesario tener un conocimiento preciso y profundo de la Palabra de Dios. Cuanto más conozcamos a Jesucristo, más fe, esperanza y caridad tendremos.
Para conocer a Cristo tenemos que ir a los lugares adecuados. Uno de estos lugares es la Sagrada Escritura. En ella encontramos recogida la Palabra de Dios, que se nos revela en plenitud en su Hijo. De aquí, la importancia que tiene leer y meditar el Nuevo testamento. Todo él nos habla de Jesucristo, mostrándolo como “el Hijo de Dios hecho hombre, la palabra única, perfecta e indispensable del Padre (CEC 65). Esto nos lleva a concluir que la lectura atenta, devota y meditada de la Sagrada Escritura es la manera más excelente de conocer a Jesucristo. Los evangelios narran “lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó” (Dei Verbum, 19).
Nuestro anhelo por conocerlo nos llevará a sacar tiempo para la meditación de la Palabra de Dios. En una sociedad incapaz de pararse a reflexionar, en la que se busca constantemente la inmediatez en todo, se nos hace difícil encontrar momentos para dedicarnos a conocer lo realmente importante: Dios. En cambio, cuando conocemos de verdad a Cristo nuestra manera de vivir experimenta un gran cambio, lo mismo que nuestra manera de tratar a los demás. Nuestra vida se dirige, entonces, acertadamente, hacia la auténtica felicidad y esperanza. Conseguiremos hacer nuestra la vida de Cristo, vivir en plenitud el Evangelio y, por lo tanto, recorrer el Camino de la Verdad y la Vida, ayudando a los demás a recorrerlo. Acercarnos a Jesús conociéndolo y meditando sus hechos y palabras nos hará conocer a los demás y en primer lugar a María.
Mn. Xavier Argelich