Es un buen momento para preguntarnos si estamos procurando vivir las obras de misericordia. Transcurrido un poco más de la mitad del año de la misericordia, os animo a hacer balance personal de cómo estamos poniendo en práctica lo que el Papa Francisco nos sugería al empezar este año jubilar: “La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos”.
Los meses de verano son muy apropiados para vivir las obras de misericordia. Tenemos menos prisas, más tiempo disponible y de descanso y, aunque no lo parezca, más oportunidades para vivirlas: nos desplazamos, cambiamos de ocupación o de residencia, nos relacionamos con gente distinta a la habitual, nos encontramos con más turistas y, además, continuamos sin acoger a los miles de refugiados.
No dejemos pasar estas oportunidades y adentrémonos en el mundo de las obras de misericordia. No hace falta ponerse a la cola para ello, basta salir a la calle predispuestos a ayudar al prójimo en sus necesidades materiales y espirituales. Visitar o atender a un enfermo, familiar o no; no malgastar dinero, ni comida, ni comprar ropa que no necesitamos, aunque sea una ganga; escuchar a los demás; enseñar el camino de la auténtica felicidad al que tenemos al lado o ayudarle a enderezarlo. Mostrar con nuestra vida el auténtico valor de la vida cristiana. Y tantas situaciones que cada uno puede encontrar en sus circunstancias personales y sociales. Solo tenemos que procurar mirar a los demás con corazón misericordioso para descubrir lo que necesitan. Si rezamos poniendo a Cristo -no a nosotros mismos- en el centro de nuestra oración nos resultará mucho más fácil. Vivamos un verano propio del año de la misericordia.
Mn. Xavier Argelich