Todo el año de la misericordia es tiempo oportuno de conversión personal y ocasión para ganar el Jubileo, que comporta la remisión de las penas temporales debidas por nuestros pecados. Ahora bien, dentro de este periodo de tiempo, los cuarenta días de la Cuaresma son una gran oportunidad para llevar a cabo una sincera conversión de vida, de vida cristiana, inseparable de la vida familiar, profesional y social.
Deseo que sepamos convertirnos de nuestra falta de correspondencia a tanta bondad de Dios. Las prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia desde siempre, tienen su origen, como no podría ser de otro modo, en la vida y enseñanzas de Jesucristo. Para vencer las tentaciones y para preparar su predicación se dedicó intensamente a la oración y al ayuno durante cuarenta días. Al término de los mismos, rechazó con firmeza al tentador y sus ofrecimientos de una vida terrenal exitosa. Eligió cumplir la voluntad de Dios Padre con todas sus consecuencias. Eligió a los hombres y mujeres de todos los tiempos por encima de Él, entregándose totalmente por nuestra salvación. Eligió ser el rostro de la Misericordia siendo plenamente misericordioso con la humanidad.
Cómo no conmovernos ante tanta Bondad y Amor. Que de verdad nos convirtamos y escojamos siempre vivir con Dios y para Dios, y con Él y para los demás. La oración, el ayuno (sacrificio voluntario y alegre), la limosna (las obras de misericordia y caridad), son el camino seguro para llegar a la auténtica conversión que tanto deseamos. Y al final encontraremos la alegría de la Pascua.
Mn Xavier Argelich