Empezamos un nuevo año, el 2016, y lo hacemos, como siempre, con especial ilusión y renovando nuestros deseos de que sea mejor que el que dejamos atrás. Para esto, es necesario que cada uno de nosotros nos esmeremos en mejorar personalmente.
Es mi intención profundizar, mes a mes, en el significado y el valor de las obras de misericordia y –si me lo permitís-compartir con vosotros mis reflexiones al respecto. Confío que nos sirvan a todos, en primer lugar, a mí mismo, para redescubrir el amor de Dios a los hombres. Un amor realmente misericordioso, un amor sublime de un Padre que es Dios.
La inmensidad del amor de Dios es inabarcable para nosotros. Por mucho que lo intentemos siempre nos quedaremos muy lejos de conseguirlo. No obstante, estoy convencido que podremos penetrar un poco en este amor si, tal como nos propone el Papa Francisco, procuramos vivir con intensidad las obras de misericordia.
Comencemos por recordar lo que son las obras de misericordia. Tal como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos al prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (n. 2447). Nos llevan a hacer nuestras, las necesidades y miserias de los demás y ayudarlos a superarlas. Como Dios hace con nosotros, Dios se hace uno de nosotros, carga con nuestras miserias y nos diviniza. El que practica las obras de misericordia no busca su propia complacencia, o realizar una simple acción filantrópica; tampoco es consecuencia de la compasión. Es mucho más, es amar como Dios nos ama. Es ponerse en la piel del necesitado y querer resolver esas necesidades con él, sin herir y sin aires de suficiencia porque realmente lo amamos.
Mn. Xavier Argelich