“Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia. Hoy hay mucha necesidad de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diferentes ambientes sociales. ¡Adelante! “
El Papa Francisco nos invita a prepararnos para vivir el Jubileo de la Misericordia que comenzará en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción, coincidiendo con el 50 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. Es más, nos alienta a hacerlo con decisión personal, sin esperar a que nos digan cómo y cuándo. Confía en que todos los fieles vivan este tiempo de la misericordia, pero especialmente los fieles laicos: los cristianos corrientes, padres y madres de familia, abuelos, hijos e hijas; trabajadores y estudiantes. Todos vosotros.
La misericordia es un tema sensible para el Santo Padre. De hecho, está incluido en su lema episcopal: “miserando adque eligendo”; haciendo referencia a la forma que tenía Jesucristo de escoger sus discípulos y en concreto en San Mateo, considerado publicano y pecador por sus coetáneos: Jesús, mirándolo con sentimiento de amor, la elije y le dijo: ¡sígueme! Jesús es el rostro de la misericordia del Padre. Es más, Jesús nos mira siempre con ojos de misericordia.
Con el Jubileo de la misericordia, el Papa Francisco, pone en el centro de atención a Dios misericordioso que invita a todos a volver a Él. El encuentro personal con Él inspira la virtud de la misericordia. Como nos decía san Juan Pablo II, Dios se hace visible como Padre rico en misericordia. Desde la fe es fácil comprenderlo, porque la misericordia consiste fundamentalmente en hacer propia la miseria ajena. Y eso es lo que hace Jesús al asumir todas las lacras humanas para redimirse en la Cruz. Qué lejos queda esta actitud de nuestra inclinación a buscar culpables de todo lo que sucede, pero sin incluirnos nunca. Nuestro mundo sería mucho más humano si aprendiéramos de verdad a necesitar el perdón y otorgarlo siempre. No podemos olvidar que la misericordia es inseparable del perdón y por tanto de reconocer la culpa y manifestar arrepentimiento. Si queremos obtener el perdón es lógico que también estemos dispuestos a perdonar. Es una de las principales peticiones del Padrenuestro, la oración dominical.
Preparémonos para tal gran evento contemplando el misterio de la misericordia: fuente de alegría, de serenidad y de paz; condición de nuestra salvación. Misericordia: nos dice el Francisco, es el acto último y supremo con el que Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros el hermano que se encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser estimados a pesar del límite de nuestro pecado. En el Evangelio encontramos multitud de manifestaciones de esta misericordia divina. Os invito a descubrirlas vosotros mismos; abra el Evangelio y medite-lo saboreando los hechos y las palabras de quien es paciente y misericordioso. Descubriremos cómo la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la que Él revela su amor, que es como el de un padre o madre que se enternecen en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Es un amor que proviene desde el más íntimo, como un profundo sentimiento, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. Qué fácil es, entonces, devolver a Él y redescubrir la alegría de la vida cristiana. Qué fácil lo tenemos, si empezamos a vivirlo en nuestro propio hogar. Dejemos que la misericordia de Dios ilumine nuestras familias. Seamos misericordiosos hay lograremos la Misericordia.
Mn. Xavier Argelich Casals
Rector de Montalegre