Con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, terminamos un año litúrgico en la Iglesia. Esto nos permite hacer una breve reflexión sobre la Liturgia en la Iglesia y su importancia.
La palabra Liturgia tiene su origen en una palabra griega (leitourgia) y se refiere a un servicio público, generalmente ofrecido por un individuo a la comunidad. Entre los diferentes usos que hoy tiene este término, lo usamos en la Iglesia Católica para designar todo el conjunto de la oración pública de la Iglesia y de la celebración de los sacramentos.
La liturgia es mucho mas que la organización de los diferentes ritos, de su estructura y las normas por las que se rige; se refiere mas bien a la razón y significado de los símbolos y de los signos que en los ritos se contiene, en los que se expresa la celebración de la fe.
En la constitución del Concilio Vaticano II dedicada a la Liturgia (Sacrosantum Concilium), un auténtico tratado sobre el tema, se explican los fundamentos de la misma y los criterios con los que hay que vivirla.
Una idea central es que Jesucristo es el Sacerdote principal, y toda la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo:
“La Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).
A través de las celebraciones litúrgicas, que se desarrollan a lo largo del Año litúrgico, la Iglesia nos ilumina, nos enseña, nos introduce en la vida del Cuerpo Místico de Cristo. Se puede decir que es a través de ella que vivimos en Cristo.
Mn Francesc Perarnau