La Casa de la Caridad se creó en 1802, gracias a la iniciativa ciudadana de Barcelona. Durante más de siglo y medio muchos niños, niñas, y personas incapacitadas tuvieron un lugar de acogida para vivir, alimentarse y recibir la educación suficiente para su inserción social y laboral. Su ubicación fue en los edificios colindantes con la iglesia de Santa Maria de Montalegre y el Pati Manning. En el año 1957, fueron trasladados a los Hogares Mundet, también Barcelona. Una de las personas que vivió en la Casa de la Caridad toda su infancia y juventud fue la señora Maria Luisa Gimenez Zegrí.
Tuve el placer de hablar y, más aún, de escuchar, a la señora Maria Luisa el pasado 18 de junio de 2014. Me explicó su vida en la Casa de la Caridad, de la que recuerda con todo detalle muchas cosas, muy bonitas, muy íntimas, y de las que ella misma resume con una expresión “Fui muy feliz, muy feliz y no quiero oír hablar a nadie que critique a las personas, monjas y curas, que con tanto amor nos acogieron… y si no nos daban nada más es porque no tenían nada más”.
¿Qué pasó? ¿Por qué entraste en la Casa de la Caridad?
– Nací en Barcelona, en la Maternidad, el 12 de diciembre de 1945. Mi madre era prostituta, me dejó con mis abuelos, y se marchó. En aquellos años mi abuelo estaba sin trabajo, no tenían nada ni para comer, por eso me trajeron aquí en el año 1950. Tenía 5 años, recuerdo como subí por las escaleras del Patio Manning llorando. Allí estaban los despachos, recuerdo que lloré mucho. Sin embargo, enseguida Sor Rosario me acogió, era muy dulce, me sentí muy querida. Entre Sor Rosario y Sor Afunsina me cuidaron con mucho amor, y fui muy feliz.
¿Y no volviste a ver a tu familia?
– Sí, mis abuelos me venían a ver una vez al mes y mi abuelo me regala el bocadillo que él iba a comerse el domingo. Y muchos años más tarde mi madre volvió cuando yo ya era mayor, pude estar con ella, y acompañarla hasta el momento de la muerte. Murió en 1987 de metástasis de pulmón.
¿Cómo se llamaba tu madre?
-Igual que yo, estoy muy orgullosa de llevar los apellidos de mis abuelos. Cuando trabajó mi abuelo, me traían un paquete con galletas y otras cosas, y yo las repartía con las niñas que no tenían a nadie.
Un día normal, ¿cómo empezaba?
– No se a qué hora nos levantábamos porque no teníamos reloj. Nos lavábamos, sobre todo los dientes, y hacíamos la cama. El desayuno podía ser leche y pan, lo que buenamente podían darnos. Arriábamos la bandera española, lo hacía quien se había portado bien y cantábamos el Cara al Sol. Yo no la subí nunca porque era un trasto. Luego subíamos a clase. Cuando salíamos al patio para ir a comer, siempre oía la radio de la cuidadora Isabel que a aquella hora cosía y tenía la radio conectada a la misma hora. Recuerdo perfectamente la canción del colacao Yo soy aquel negrito…
En ese instante Maria Luisa y yo cantamos juntas la canción, yo estaba tan imbuida en su historia que me situé en mi niñez con mucha facilidad.
¿Te acuerdas de cómo se distribuían las clases?
– Niños y niñas estábamos separados. Se repartía por edades, los tramos de 5 a 7 años, el primer grupo; de 7 a 9 el segundo; 9 a 11, el tercero, y luego las más mayores. Aquí hice el bachillerato elemental hasta los 14 años, y luego hice el bachillerato superior en el Instituto Maragall. A continuación estudié Bellas Artes, durante 3 años en la Escuela Masana, en la calle Hospital, en el Raval. Recibí una buena educación con las monjas de la Casa de la Caridad, se que gracias a ellas pude seguir estudiando.
¿Además de estudiar, hacíais cosas divertidas?
– Por no tener no teníamos juguetes, pero hacíamos actividades y en alguna ocasión nos daban juguetes.
¿Qué hacías?
– Los domingos íbamos de paseo por la plaza de Cataluña con las monjas, con sor Rosario, y la profesora de música de los ciegos y de los sordomudos. Tengo muy buenos recuerdos. Aprendí el idioma de los signos, pues aquí había niños y niñas ciegos o sordomudos con los que nadie quería jugar pero yo sí jugaba con ellas.
Recuerdo que íbamos una vez al año a casa de un marqués o un conde, no se quién era, que invitaba a los niños y niñas de la Casa de la Caridad a merendar, pero no íbamos juntos. Nos daban helados, comida, y al irnos nos entregaban a cada una un regalo, un juguete. Yo siempre pedía el parchís, pues así podía jugar con mis compañeras.
¿Y adónde ibais a merendar?
– No lo se, no lo he sabido nunca, pues nos trasladaban en un camión de lona, y no se veía nada. Íbamos cantando.
¿En qué otras actividades participabais?
– Cuando éramos pequeñas, la fiesta de los Reyes Magos era muy bonita, los tres reyes venían a vernos a la cama y podías elegir un regalo y golosinas. A los 10 años ya encontrabas los regalos en la cocina. Además, el día 6 de enero, los reyes venían al teatro, una sala de actos que todavía existe hoy.
En las fiestas navideñas, íbamos cada año al Teatro Romea, en las Ramblas, a ver los Pastorets, por turnos de niños y de niñas. Recuerdo que en una ocasión me encontré un bombón y lo repartí entre las niñas.
Además, los señores Dalmau y Viñas, en Pascua, hacían una campaña, y nos daban coca con un huevo duro; y en Navidad, hacían otra campaña para recoger regalos y juguetes para la Casa de la Caridad. Ah! La primera vez que pisé el Palau de la Música fue cuando estaba en el colegio.
Recibiste una educación católica ¿Qué sientes al cabo de los años?
– Soy católica, muy creyente y rezo, a pesar de los pesares y de los años transcurridos. Además tengo un pariente, mi tío abuelo, que es beato, Juan Nemopuceno Zegrí Moreno, fundador de las mercenarias de la caridad, lo beatificaron en Roma el 3 de noviembre de 2003. Y yo estuve allí.
A continuación Maria Luisa Gimenez me explicó que en la Casa de la Caridad le pasó una cosa muy especial.
– Yo quería confesarme y comulgar. Como no tenía la edad correspondiente, nadie me había enseñado a confesar. Pero las monjas siempre decían “¿Alguien quiere confesarse?”. Un día fui decidida a hacerlo, y me confesé; al día siguiente, fui a comulgar y el sacerdote me dio la comunión. Las monjas me preguntaron por qué lo había hecho y me riñeron, las niñas me criticaban y me llamaban pecadora. Pero Mn. Piqué dijo que hice bien porque tenía ansias de comulgar, madera de santa. Me defendió pero se armó un buen revuelo.
Entonces ¿Esa fue la manera en que hiciste la Primera Comunión?
– Tuve miedo, y no lo volví a hacer hasta que recibí la preparación. Hice la comunión con mis compañeras. Vinieron mis abuelos, y salí de paseo con ellos. Nos dieron pollo para el almuerzo pues entonces el pollo era una comida de fiesta.
¿Recuerdas a otro sacerdote?
– Mn. Josep. Eran muy buenos con nosotras.
Tu segundo apellido Zegrí ¿De dónde proviene?
– Conservo mi árbol genealógico, y se que mis antepasados muy lejanos provienen del rey Zegrí de Marruecos, de siglos y siglos atrás.
Maria Luisa y yo seguimos hablando de muchas cosas, me explicó todos los talleres del colegio, y las cosas que había en los edificios colindantes como las máquinas para imprimir los boletines oficiales y la fabricación de las cajas mortuorias; también la estancia en la Casa de la Caridad de las personas mayores impedidas, de los deficientes mentales, los sordos y los ciegos. Recordó la nevada en Barcelona de 1954 y sus juegos con la nieve. O los patines de ruedas que le regaló su abuelo que se los pudo comprar con un pellizco de la lotería, pero una niña se los robó; o de los zapatitos que le dejó a una compañera pero que no se los devolvió porque no volvió por el colegio.
Y así siguió hablando de un sinfín de recuerdos y nostalgias explicadas con mucho cariño. Hicimos un recorrido por Montalegre, por lugares que no había entrado en su vida. Por ejemplo, la sacristía del templo. Allí el sacristán Joan explicó curiosidades históricas. También subimos a las oficinas, y saludó al rector de Santa Maria de Montalegre.
Maria Luisa no ha dejado el barrio del Raval, vive sola, con su perra Bimba, un tequel negro y un pajarito que se llama Curro. Actualmente sigue ligada a Montalegre, pues es usuaria de la Acció Social Montalegre, y siempre se siente agradecida porque “Aquí he sido feliz, muy feliz”.
Isabel Hernández Esteban