Un rápido repaso de la historia de las culturas pone de manifiesto que en la antigüedad, con aquel sentido religioso primitivo, pensaban aplacar las divinidades o atraer su favor mediante el ofrecimiento de víctimas humanas. Lo encontramos en culturas muy dispares y lejanas, en los cinco continentes.
Encontramos muchos casos en las culturas precolombinas americanas, tan próximos a nosotros en el tiempo y de las que poseemos cada vez más información. Nos muestran ejemplos muy duros de esas antiguas prácticas rituales que hoy nos horrorizan. Consta que en muchas ocasiones las víctimas preferidas para estos sacrificios eran niños y niñas muy jóvenes. Quizás se ofrecía ese sacrificio con el pensamiento de que debían inmolar lo mejor que poseían, su mayor riqueza, su juventud; como si la divinidad se tuviera que contentar mas con esa sangre joven.
Allí donde el cristianismo se fue abriendo paso, los sacrificios humanos fueron abandonados. Poco a poco el valor y la dignidad de la vida humana fueron mejor comprendidos, también por los propios cristianos, reconocidos y aceptados en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos. La vida humana se protegió cada vez mejor hasta que, ya en el siglo pasado, llegó a ser considerada un derecho inalienable de la persona.
Una señal evidente del enfriamiento del sentido cristiano es la reaparición en nuestra sociedad de aquellas antiguas prácticas que felizmente habían sido superadas. Se propone de nuevo el sacrificio de seres humanos, en este caso de los más jóvenes de todos, de aquellos que todavía están indefensos en el seno materno. Sorprenden los argumentos de aquellos que se empeñan en que, dentro del claustro materno, el nido acogedor en que se van desarrollando, esas criaturas pueden ser impunemente eliminadas. Hoy sabemos mucho, incluso podemos verles y seguir su desarrollo: son pequeñas, están en desarrollo, son débiles, pero son vidas humanas.
Hoy los nuevos profetas y profetisas, con violencia inusitada muchas veces, proclaman que el bienestar de muchas mujeres, la felicidad de sus familias y de la sociedad exige ese sacrificio.
Aquellos sacrificios del pasado nacían en un error debido a la ignorancia y pobreza de su conocimiento de Dios. Horroriza pensarlo pero es comprensible.
Los de hoy nacen en una mentira: la muerte de esos seres humanos indefensos no conduce al bienestar y a la felicidad, como lo atestiguan tantas mujeres y familias que arrastran las consecuencias de ese engaño.
Ofende a los seres humanos y ofende a Dios.
Mn Francesc Perarnau