Nos cuenta el Evangelio en el capítulo 9 de San Marcos que un día se acercó a Jesús el padre de un chico joven que tenía dentro un demonio que no lo dejaba vivir. Aquel hombre estaba desesperado. Había hecho de todo por su hijo, y siguiendo el consejo de sus amigos le había llevado a los discípulos de Jesús, pero tampoco ellos pudieron curarlo.
Decía a Jesús:
«Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo, y dondequiera que se apodera de él, le derriba y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes, y se queda rígido; dije a tus discípulos que lo arrojasen, pero no han podido. (…) Muchas veces le arroja en el fuego y en el agua para hacerle perecer; pero si algo puedes, ayúdanos por compasión hacia nosotros. ».
¡Si algo puedes!
Es como si le dijera: dicen que tienes poder, que haces cosas imposibles, que has curado leprosos, que has dado vista a los ciegos, y también que expulsas demonios … Si esto es verdad, ayúdanos, por favor!
Jesús le escucha y le explica que la fe es condición necesaria de la petición.
Es cuestión de fe.
Y le dice Jesús:
«¡Si puedes! Todo es posible al que cree. ».
El buen padre no tiene suficiente fe, pero el fondo de su alma sale una oración maravillosa: «¡Creo ! Ayuda a mi incredulidad”
En este año de la fe, que ya se va acercando a su final, es un buen momento para preguntarnos por nuestra fe. Puede ser que a veces nos sintamos así, como aquel hombre, con una fe débil; puede ser que haya dudas en nuestro horizonte, que ante las miserias propias o ajenas, los problemas del mundo o el mal que descubrimos tan cerca de nosotros nos encontremos como tambaleandonos ante un abismo …
Es el momento de la oración confiada:
¡Señor, yo creo, pero Ayuda a mi incredulidad¡
Mn Francesc Perarnau