Nos equivocaríamos si pensáramos que la devoción a María es un estadio muy primario, casi infantil en la evolución de la vida espiritual de la Iglesia o de la persona cristiana. Basta leer las palabras del capítulo 8 de la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II para darse cuenta de que María ocupa un puesto preeminente dentro de la Iglesia y por consiguiente en la vida cristiana.
Siempre ha estado muy presente en la vida de la Iglesia, pero a medida que la teología ha ido profundizando el papel de María se ha ido comprendiendo mejor, y su figura haciéndose más luminosa.
Gracias a María llegará el Redentor, porque ella es la Madre que nos lo trae al mundo, y también gracias a Ella la Redención se extiende porque, por encargo de su divino Hijo, continúa ejerciendo la maternidad sobre la Iglesia fundada por Él. Nos dirá el Concilio:
LG 62. Esta maternidad de María en la economía de gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. (…) La mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente.
La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.
En el mes de Mayo los cristianos la honramos de manera muy especial, ella lo merece, y lo agradece con abundancia de gracias. La experiencia multisecular de la Iglesia es clara: cuando María está presente, crece y se fortalece la vida cristiana en las personas, en las familias, en la sociedad.
Mn Francesc Perarnau