Llevar una vida cristiana significa vivir el mandamiento del amor, que tiene esa doble dimensión de la que nos habla el Señor en el Evangelio: amar a Dios, amar al prójimo. Y esto, aunque parezca sorprendente, nos lo dice la experiencia diaria, no es fácil.
Las dificultades son evidentes: algunas son dificultades interiores. Todos sentimos en nuestro interior la enorme fuerza que tiene la soberbia, una de cuyas manifestaciones es la tendencia a ser egoístas, a mirarnos a nosotros mismos, a juzgar cosas y personas de acuerdo con el beneficio que nos producen a nosotros… Y de esas inclinaciones nacen todos los demás problemas: avaricia, lujuria, ira, envidia… De hecho para vivir una vida cristiana hay que luchar contra esos movimientos interiores y que ofrecen una gran resistencia…
Otras veces las dificultades son exteriores: con frecuencia nos encontramos con un ambiente no cristiano, a veces beligerantemente anticristiano; no es extraño que quien procura vivir su fe se vea ridiculizado, denostado y en ocasiones incluso perseguido. Los mártires no son figuras del pasado, sigue habiendo mártires en nuestros días. Para vivir la fe en esas circunstancias hace falta mucha fortaleza.
Ante la evidencia de las dificultades, puede ser que nos asalte la duda: ¿se puede “vivir en cristiano”?; ¿es posible vivir según las enseñanzas de Jesús?
La respuesta parece evidente: tiene que serlo, porque Dios no nos pide imposibles.
Pero es cierto que no es fácil. No basta la voluntad personal. Se necesita algo más: se necesita la ayuda de Dios; sin ella no hay nada que hacer. Y esta ayuda tiene un cauce claro: nos llega a través de la oración y de los sacramentos. Es con estos medios que la persona cristiana puede vivir a fondo su fe y llegar a la santidad a pesar de las dificultades interiores y exteriores que se interponen en su camino.
Mn Francesc Perarnau