Y al tercer día estaba escrito que resucitaría, y así fue, y así se repite cada año en la noche llamada Vigilia Pascual, unas horas previas al amanecer del domingo. Cada gesto, cada cosa que se hace en la celebración de la Luz tiene un significado muy importante, de un gran compacto litúrgico. Se inicia siempre con las luces del templo apagadas. Jesús murió, pero su alma aún no ha entrado en su cuerpo glorioso. En cada iglesia se hace el fuego en el lugar más lejano del presbiterio, a ser posible en el exterior, pero en Montalegre se hace al fondo de la nave central justo detrás de las puertas que dan al Patio Manning ya que por la noche siempre permanecen cerradas. Todos los utensilios para la ceremonia del fuego estaban a punto. Los sacerdotes celebrantes salieron de la sacristía y se dirigieron al final del templo, casi a oscuras pues solo entraba por los vitrales un resto de luz natural. La oración se recitó, el Cirio se bendijo y se encendió, y de su luz se encendieron todas las velas que los fieles manteníamos en la mano, todos queríamos aquella luz, que representa la luz del mundo, Nuestro Señor Jesucristo: Alfa y Omega.
Se trasladó el Cirio encendido y se situó en un lugar visible para el pueblo reunido. En la celebración de la misa solemne tiene lugar también la ceremonia del agua, bendiciéndola y aspergiendo a todos los fieles. Se leen lecturas del Antiguo Testamento y las propias de la misa; se purifica el altar, los celebrantes, los ministros y todos los asistentes con el incienso, en definitiva, una celebración magnífica y de gran belleza.
En la homilía el Rector, Mn. Francesc Perarnau, que nos había hecho una catequesis de todo el significado de la Pasión a lo largo de toda la Semana Santa, ahora cambia el tono y nos invita a la alegría y la esperanza de la Resurrección:
El mundo había perdido la luz que lo había iluminado durante más de 30 años. Esto es lo que hemos querido representar con la oscuridad con la que hemos empezado hoy nuestra celebración. Oscuridad total. Lo habían matado, había aceptado aquella muerte terrible, pero su lugar no estaba entre los muertos, y volvió a la vida. Su alma volvió a animar un cuerpo, esta vez ya glorioso. Jesús resucitó. Esto si que era una noticia. Y se presenta entre los suyos, y se disipan las nubes, las oscuridades que les habían invadido, y nace la euforia. Ha resucitado el Señor. Corre la voz. Al principio hay desconcierto, no aparece el cadáver. Esto no significa resurrección.
Pero empiezan los rumores, algunos lo han visto, primero unas mujeres, después Pedro, y unos discípulos camino de Emaus, y los once reunidos. El rumor deja de serlo, la resurrección real de Jesús es un hecho. Y la noticia se extiende como un reguero de pólvora. Esto es muy importante. Con su resurrección la confirmación: lo que había dicho era la verdad. El camino que enseña es el que hay que seguir.
Él es el camino, la verdad y la vida. De repente aquel mundo que hace un día estaba a oscuras, que era amenazador, lleno de negros nubarrones, ahora se presenta luminoso, brillante, emocionante incluso. Esa resurrección significa que el príncipe de este mundo ha sido vencido, que ha sido abolido el castigo del pecado, que se han abierto las puertas del cielo, que hemos sido salvados, y que nos espera LA VIDA.
Es la mayor noticia de la historia. Por esto la Iglesia lo celebra con un domingo que dura siete días: toda la semana de Pascua es domingo, y con un a alegría desbordante y contagiosa: que exclama miles de veces Aleluya, Aleluya, Aleluya.
¡Felices Pascuas! de parte de los colaboradores de los Servicios Informativos Montalegre.
Isabel Hernández Esteban