Al hilo del editorial de Montalegre, en la iglesia se ha celebrado la Semana Santa con toda la solemnidad y sobriedad según está escrito en la liturgia de la Iglesia Católica.
Domingo de Ramos
El pórtico de la Semana fue el Domingo de Ramos. Antes de la Misa de las 12, los fieles se situaron en el Patio Mannig, bajo un sol brillante y luminoso como merecía la fiesta, el Rector leyó el Evangelio, bendijo los ramos, las palmas y palmones y a continuación, cantando la victoria de Nuestro Señor Jesucristo, se hizo la procesión en todo el alrededor hasta adentrarnos en la iglesia.
Mn. Francesc Perarnau predicó en su homilía: La celebración pone de manifiesto que se unen en ella dos tradiciones distintas que la Iglesia no ha querido perder. Por una parte la tradición que venía de la Iglesia de Jerusalén, donde se celebraba en este día, sobre todo la entrada triunfal de Jesús en la ciudad, celebración que mantiene su recuerdo en la procesión de las palmas y la procesión con la que hemos iniciado hoy la misa, y la tradición que viene de la Iglesia Romana, donde el acento se ponía sobre todo en el comienzo de la Semana Santa que se recordaba con la lectura entera y solemne de la Pasión del Señor. Esto le da a esta fiesta de hoy un carácter peculiar, agridulce: empezamos celebrando un triunfo, pero en el horizonte queda aparece en toda su crudeza la Pasión del Señor.
Aunque los días santos no son de precepto, la devoción de los fieles cristianos llena los templos. La iglesia también en Jueves Santo se ocupó hasta las gradas; a pesar del número de fieles la celebración se siguió con mucha piedad, todos esperábamos el momento culminante de la procesión del Santísimo hasta el Monumento el cual estaba adornado de flores rojas y de palmones, y el altar cubierto y engalanado. La celebración de la Misa en Coena Domini fue concelebrada por el Rector y los sacerdotes habituales de la iglesia. Había mucho que celebrar: la institución de la Eucaristía, la institución del Sacramento del Orden y el Mandamiento de la Caridad. La homilía del Rector se centró en este Mandamiento:
Jesús se arrodilló delante de cada uno de los apóstoles para lavarles los pies. En este gesto vemos reflejado el amor de Jesús, que es el amor de Dios por cada uno, Dios que se arrodilla delante de las pobres criaturas, unas criaturas débiles, que dentro de poco y Jesús lo sabe, uno le entregará, otro le negará y casi todos le abandonarán. Es Dios arrodillado delante del hombre.
Pedro no se deja. No se considera digno, no le parece bien que el maestro este allí delante de él arrodillado, humillado: “no me lavarás los pies!”
Y Jesús le dice una cosa que da que pensar: te tienes que dejar lavar, te tienes que dejar amar, sino no tendrás parte conmigo… Se ve en este gesto que es el amor de Dios el que se ha volcado en el rescate del hombre, el que lo viene a rescatar, y se ve que es Dios el que lava, el que limpia, al hombre le toca ser humilde, dejar hacer a Dios, dejarse lavar, purificar…
Pero la lección va mucho mas allá: así debéis hacer unos con otros, lavaros los pies, que es serviros unos a otros, daros unos a otros, amaros de verdad…Y muy poco después les dirá: Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado, en esto conocerán todos que sois mis discípulos. Este será el distintivo de los cristianos. Como manifestación de ese amor extremo del que San Juan nos dice que es la clave para entender todo lo que sucedió hasta el final, encontramos también la institución de los Sacramentos de la Eucaristía y del Orden sacerdotal. Dos grandes dones que harán posible que la Redención se perpetúe de generación en generación a lo largo de los siglos, dos grandes dones del amor de Dios que debemos agradecer.
Se incensó el altar, los ministros, los celebrantes y todos los fieles. El incienso como símbolo de elevación hacia Dios nos situó muy cerca del cielo. La oración de los fieles ante el Monumento se mantuvo hasta el cierre de la iglesia.
Viernes Santo
Y llegó el día santo más triste, el día más triste del año para todos los cristianos del planeta, el Viernes Santo. Al entrar en la iglesia el Crucifijo del presbiterio estaba cubierto con un lienzo morado, el color de la liturgia de la Semana Santa. Al comienzo del memorial de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo los tres sacerdotes celebrantes se postran en el suelo en señal de entrega total a Dios, y los fieles arrodillados intentamos sentir lo mismo. El relato de las lecturas y especialmente de la Pasión nos sobrecoge, vemos en todo aquel dolor nuestra Redención. La homilía del Rector nos explica la participación del príncipe de las tinieblas, su plan, su aparente triunfo, pero gracias a Dios su derrota, hay esperanza, al tercer día la Resurrección del Señor, su victoria:
La última Cena se celebró en el cenáculo, Y allí empezó propiamente la pasión que acabamos de leer. Son los momentos culminantes de la misión redentora de Cristo, de los que ha hablado muchas veces Jesús y en los que realizará la Redención de la humanidad. Es evidente que Jesús la sufrió porque quiso. En todo el relato de la pasión hay ciertamente una presencia diabólica evidente. Hubo muchos encuentros de Jesús con el diablo, y Jesús siempre le obligó, siempre le venció, siempre…Satanás intuía quien era Jesús, pero sabía que era hombre de Dios, un gran profeta, alguien con poder muy superior al suyo… seguramente sospechaba que era el Mesías… En el relato de la última Cena el mismo San Juan nos dice que, cuando Jesús anunció que uno de ellos lo entregaría, él mismo le preguntó a Jesús: Señor, ¿quien es? Jesús contestó: Aquel a quien yo moje y diere un bocado. Y mojando un bocado, lo tomó y se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Después del bocado, en el mismo instante, entró en él Satanás. Es esa presencia la que fue guiando los acontecimientos en aquella noche y la que desató aquella extrema violencia de la pasión del Señor y en el ensañamiento de los que la llevaron a cabo, y el odio que en él volcaron; el odio, no lo podemos olvidar es la negación del amor, la mas diabólica de todas las manifestaciones…Vista desde el final, la pasión de Jesús parece seguir un plan perfectamente trazado. Como si alguien hubiera diseñado aquello para la completa aniquilación de un ser humano tanto física como psíquicamente. Pero sabemos que no existía ese plan. Pero un plan se va desarrollando como con absoluta naturalidad… Detención, juicio nocturno, en casa de Anas, de Caifas, de Pilato, paso por el palacio de Herodes, ora vez a Pilato, flagelación romana, escarnio de los soldados, humillación delante del pueblo, el via crucis… clavado en la cruz. Se ve ese plan diabólico, en el que se Satanás descarga toda su ira y su capacidad de hacer mal sobre aquel hombre de Dios que le ha derrotado tantas veces, al que odia con todas las fuerzas de su ser.
Es el momento del príncipe de las tinieblas. Jesús ha cargado sobre sus hombros, sobre aquella naturaleza humana que ha asumido, nuestra naturaleza, todos los pecados de la humanidad, y los arrastra hasta la cruz. Aquella naturaleza humana es destruida por el odio y la violencia que se ha desatado sobre él por la fuerza del mal. Parece un triunfo del mal y ese sabor a derrota quedó en el ambiente .Pero no podemos olvidar que al mismo tiempo se percibe también otra presencia oculta que de alguna manera la contrarresta. Jesús no está solo. La tradición cristiana que se sintetiza en el Vía Crucis, habla de un encuentro de Jesús con María en el Camino de la Cruz:* “Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa. Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor”.
María suaviza con su inmenso amor el castigo brutal que el Señor está padeciendo fruto del odio desatado y lo comparte con el, le consuela y le acompaña. Y al participar así de la pasión se convierte en corredentora…Le agradecemos a María que estuviera allí. La tradición de la Iglesia ve en Maria la mujer de la que se habla en la Biblia. Es María la que aplasta la cabeza de la serpiente que es Satanás. Así la invocamos y confiamos en ella: Jamás se ha oído decir que ningunos de los que han acudido a vuestra protección haya sido abandonado de vos (Oración Acordaos).
A continuación con mucha devoción se hizo la Adoración a la Cruz, uno a uno todos los fieles de la iglesia, entre cantos y oraciones, llenamos de besos aquella cruz con el Cristo muerto; después comulgamos, se apagaron las luces de la Capilla del Santísimo, el Señor no estaba, la iglesia estaba vacía de aquella presencia que se percibe cuando el Señor está el Sagrario. En nuestro interior nos sentíamos tristes, pero deseando que llegara la Vigilia Pascual para sentir de nuevo a alegría de la Pascua de su Resurrección.
*Via Crucis. 4 estación. San Josemaría
Isabel Hernández Esteban