Ciertamente la Iglesia, desde su fundación, nunca ha dejado de evangelizar; a lo largo de su historia bimilenaria ha cumplido siempre con el mandato de Jesús: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc. 16,15).
Fruto de esta Evangelización incesante es el hecho de que la doctrina cristiana está extendida por toda la tierra. En todos los continentes es posible encontrar la huella del Evangelio de Cristo, aunque, en algunos lugares, no haya llegado a calar en profundidad en la sociedad.
Desde hace mas de 25 años, el sucesor de Pedro nos convoca a lo que ha llamado una Nueva Evangelización. A ella estamos todos llamados, cada uno en la medida de sus posibilidades.
Se trata sobre todo de una nueva actitud, de una afán renovado de tomarse muy en serio la fe , de vivirla a fondo, de hacerla vida y de llevarla con la propia vida a todos los campos donde nos movamos; que los padres de familia la vivan en sus hogares, que la enseñen a sus hijos, que les muestren la maravilla del camino cristiano; que los cristianos seamos un ejemplo en el modo de vivir la grande virtudes, de modo muy especial la virtud de la Caridad, que, no lo olvidemos, es la virtud que nos distingue: Jesús nos lo dijo claramente, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros.
Como los primeros evangelizadores, el trabajo a desarrollar no será fácil, y con frecuencia, también como aquellos, en algunos lugares habrá que ir contracorriente, habrá que vencer la resistencia de un ambiente reacio a las enseñanzas de Jesús. Quizá haya que sufrir el pequeño martirio de la incomprensión o de la burla… No debe importar demasiado. Se cumpliran entonces las palabras de Jesús en la Ultima Cena en las que, junto al aviso sobre las dificultades futuras, hay también la certeza del triunfo de Jesús: en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).