Noviembre especialmente en los países mediterraneos, es un mes en el que la naturaleza parece que languidece, que se apaga, los días se hacen mas cortos, el frío va invadiéndolo todo, las plantas detienen su crecimiento y muchas pierden las hojas, algunos árboles parecen esqueletos…Quizá por todo esto, noviembre es el mes en el que recordamos especialmente los difuntos. No se trata de un recuerdo triste. No pensamos en ellos como hermanos nuestros que pasaron y de los que nos queda solamente el recuerdo. No es esta nuestra fe. Sabemos que su vida, de una manera diferente pero real, continúa.
Por una parte algunos son santos que ya están en el cielo y gozan ya de la visión beatífica en la presencia de Dios, bienaventurados para siempre, y a ellos nos encomendamos. Precisamente este es el el sentido que tiene la celebración dela Solemnidad de Todos los Santos. La Iglesia quiere recordar a tantos y tantos hijos suyos que han pasado por este mundo y que han alcanzado la Gloria pero que no van a tener su celebración particular. Hay muchos santos en el cielo. En palabras del Apocalipsis son “una gran multitud que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas,… “
Otros son almas que siguen un proceso de purificación en el Purgatorio, y por ellos rezamos y ofrecemos sufragios. Esto es lo que la Iglesianos propone en la celebración del día 2 de Noviembre, día de los fieles difuntos. Como nos recordará el libro de los Macabeos, es una piadosa costumbre orar y ofrecer sufragios por los difuntos, cosa que nosotros hacemos sobre todo participando en la celebración dela Eucaristía ofrecida por ellos, o lucrando indulgencias aplicadas precisamente por las almas del Purgatorio. De manera misteriosa pero real podemos acelerar su purificación y ayudarles a dar el salto definitivo al cielo.
Ambas celebraciones nos hablan de una verdad cristiana que recordamos en el Credo: la Comuniónde los Santos. Existe una verdadera comunicación entre los fieles cristianos, todos miembros de una única Iglesia pero que tiene como tres dimensiones: militante, purgante y triunfante. El Catecismo (nº 955) enseña que “La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales” (LG 49).
Mn Francesc Perarnau