Por Carolyn Moynihan
Publicado el 09 de marzo de 2011
Tomado de la Revista Temes d’Avui Octubre – Diciembre de 2010)
Durante las cuatro décadas de la guerra del aborto en los Estados Unidos se han producido muchos cambios de bando. Muchos que deberían estar en el lado pro-vida se posicionaron en las filas opuestas: el colectivo engañosamente llamado “Catholics for a free Choice” es el ejemplo más típico. Se trataba de seguir el camino fácil, ir con el flujo cultural dominado por las principales instituciones en los medios de comunicación y en la vida política.
Las deserciones desde el lado a favor del aborto, sin embargo, han sido mucho más dramáticas, por no decir heroicas. Norma McCorvey, la Jane Roe demandante de la causa del Tribunal Supremo que permitió la legalización del aborto en EE.UU, se convirtió en un oponente destacado del aborto y solicitó a la Corte Suprema que revocara su sentencia en el Roe v Wade. Muchos otros la han seguido en la renuncia pública de la matanza de niños no nacidos; la más reciente Abby Johnson, una joven empleada de la clínica de Texas de Planned Parenthood, cuya historia apareció el mes pasado en Mercatornet.
Pero ninguna conversión a la causa pro-vida alcanza la importancia y resonancia de la del Dr. Bernard Nathanson, uno de los defensores activos de la legalización del aborto, que murió el lunes a la edad de 84 años. El Dr. Nathanson hizo tanto como el que más para poner en marcha el aborto como medio anticonceptivo habitual, pero por esa misma razón, cuando se dio cuenta de cual era de verdad este “procedimiento”, empezó a escribir y a hablar intensamente para desacreditarlo.
Las guerras culturales -las que realmente importan- son siempre acerca de la verdad. Como obstetra y ginecólogo el Dr. Nathanson sabía que había un ser humano vivo en el vientre de una mujer embarazada, pero procuraba obviar este hecho científico. En primer lugar, tal vez, porque el aborto encajaba bien con su propio estilo de vida. En la universidad, en la década de los 40, dejó embarazada a su novia y utilizó dinero de su padre para pagar un aborto ilegal. “Fue mi introducción en el mundo satánico del aborto”, escribió más tarde. Después de instalarse en Nueva York dejó embarazada a otra novia y decidió abortar él mismo al niño, su hijo. iCuantas veces la negación de la verdad viene motivada por las propias fechorías!
El hecho de que muchos practicaban abortos ilegales chapuceros le pareció una excusa para participar en la campaña a favor de su legalización en la década de los 60. “El aborto ilegal es la causa principal de defunciones de mujeres embarazadas en 1967”, escribió. Las justificaciones allanaron el camino a la mentira. En Aborting America (1979), admitió:
“Despertamos suficiente simpatía para vender nuestro programa del aborto permisivo inventando el número de abortos ilegales que se hacían anualmente en los EE.UU. La cifra real se acercaba a 100.000, pero la cifra que se dio a los medios de comunicación en varias ocasiones fue de 1.000.000. Y la repetición de una gran mentira con suficiente frecuencia convence al público. El número de mujeres que morían por abortos ilegales era de 200 a 250 al año. La cifra con la que alimentábamos constantemente los medios de comunicación era de 10.000. Estas cifras falsas echaron raíces en la conciencia de los americanos, convenciendo a muchos de que necesitábamos desmontar la ley contra el aborto.”
Otra mentira –la que se dice a la hora de promover aborto- fue la del nombre dado a la clínica abortiva de Nueva York donde el Dr. Nathanson, como director y por su propia cuenta, “presidió más de 60.000 muertes” entre 1970 y 1972: Centro de Salud Sexual y Reproductiva. La “salud” en la frase insensibilizadora, ahora familiar, “salud sexual y reproductiva”, es válida quizá en el sentido de la prestación de abortos que no matan a las mujeres, pero viene acompañada necesariamente del 100 por ciento en la tasa de mortalidad de los niños por nacer.
¿Qué hizo cambiar de opinión al cruzado defensor del derecho al aborto y, más importante, a su corazón? En parte fue la presión social: su perfil público como abortista hizo que fuera menospreciado en los círculos médicos legítimos y dañó seriamente su prestigio como obstetra. Sin duda, influyó también el fervor de los movimientos pro-vida que surgieron en oposición a la campaña a favor del aborto, de los que se hizo eco en un artículo publicado en 1974 en el New England Journal of Medicine.
En ese artículo el doctor Nathanson ya manifestó sus dudas acerca del aborto y del “slogan” que se utilizaba para justificarlo: ” no puede ser vida humana lo que no puede existir de forma independiente”. Se levantaron “serias dudas en mi mente acerca de si la vida humana existía dentro de la matriz desde el comienzo mismo del embarazo…” ¿Por qué? Porque la tecnología estaba mostrando que eran unos mentirosos los que defendían otra cosa.
“La evidencia electrocardiográfica de la función cardíaca que se había encontrado en embriones de seis semanas. Los registros electroencefalográficos de la actividad cerebral humana que se habían observado en embriones de ocho semanas. Nuestra capacidad para medir señales de vida se hace cada día más sofisticada, y con el paso del tiempo seremos capaces sin duda de hallar señales de vida en las etapas más tempranas del desarrollo fetal.” Realizó su último aborto en 1979.
Los activistas pro-vida fueron los primeros en mostrar al Dr. Nathanson la verdad acerca del niño no nacido, la tecnología fue la segunda fuente de luz. Las imágenes por ultrasonido se desarrollaron rápidamente por aquel entonces, y fueron estas imágenes del niño en el vientre las que finalmente lo convencieron de que en un aborto muere un verdadero ser humano. En 1985 hizo el cortometraje famoso y electrizante El grito silencioso, utilizando imágenes de ultrasonido en tiempo real, en que se muestra como un niño de 12 semanas intenta defenderse de los instrumentos de los abortistas. En 1987 se produjo otra película, El Eclipse de la Razón, que muestra un aborto tardío (cinco meses) con sus detalles horripilantes y estremecedores. Esta última película contiene testimonios de varios ex-abortistas.
En la presentación de El Eclipse de la Razón el actor Charlton Heston, señaló que desde 1973 se habían realizado más de 20 millones de abortos en los EE.UU. Sin embargo, a pesar de la importancia de la cuestión y el gran debate público al respecto, nunca se ha mostrado un aborto completo en la televisión. Los medios de comunicación han omitido lo que dicen que es su trabajo: informar al público, en este caso sobre los hechos del aborto.
Hoy en día cualquiera puede ver los videos del Dr. Nathanson y otros acerca del aborto en YouTube, pero ninguna de las cadenas principales de televisión ha mostrado estas imágenes. Incluso la colocación de carteles por los manifestantes pro-vida es ocasión de problemas; como si ellos trataran de cometer una acción peor que la de las personas que hacen la matanza. Como el Dr. Nathanson observó, hay una conspiración en las instituciones para ocultar la verdad.
Fueron incansables sus esfuerzos para rectificar las mentiras. Además de sus películas, los libros -en particular, Aborting America (1979)- y ciclos de conferencias por todo el mundo. Perdió amigos de su período pro-aborto, y de entre sus antiguos colegas, pero encontró nuevos amigos en el movimiento pro-vida.
Joan Andrews, una ardiente defensora del niño no nacido, que pasó más de un año en la cárcel por bloquear las entradas de las clínicas abortivas, tuvo con él una amistad particularmente estrecha. Tenía más de 40 años antes de casarse con Chris Bell, y cuando quedó encinta le pidió al Dr. Nathanson que la atendiera en su gestación. Fue una decisión bien valiente la de Joan al tomar un ex abortista para que cuidara el desarrollo de su hijo. La confianza que ella mostró en el Dr. Nathanson fue una gran ayuda para reconciliarse consigo mismo por todo el daño que había hecho a madres y niños.
Joan actuó como madrina del Dr. Nathanson, cuando fue bautizado en la Iglesia Católica por el Cardenal John O’Connor en 1996. No era necesario, pero sí muy apropiado, que el médico que solía describirse a sí mismo como un “judío ateo” presentara en un libro titulado La Mano de Dios su itinerario pro-vida. El sacerdote que le instruyó en la fe católica, el Padre C. John McCloskey, calificó el libro como “una de las autobiografías más importantes del siglo XX”, que presenta “la inhumanidad del hombre y la posibilidad de redención”.
Todos aquellos asesinatos –de los 75.000 de los que se hizo responsable, 5000 los ejecutó él mismo y 10.000 fueron realizados por sus internos en St Lukes Hospital en Manhattan- crearon una deuda de justicia de restitución imposible. La carga sobre su conciencia hubiera sido terrible, insoportable, sin una fe que le asegurara el perdón. La deuda estaba perdonada; quedaba compensar por el mal. Joan Andrews Bell dice “se sometió a grandes privaciones” .
Siempre se acusaba: “Yo soy de los que ayudaron a marcar el comienzo de esta era de barbarie”, escribió en La Mano de Dios. Y, “conozco bien cada faceta del aborto. Yo ayudé a alimentar la criatura en su infancia con grandes cantidades de sangre y dinero. La dirigí en su adolescencia hasta su desarrollo irresponsable y fuera de control”.
El New York Times presentó esta última frase de manera crítica, como un mero recurso retórico del Dr. Nathanson para dejar boquiabierta a la audiencia. No es sin embargo más que una muestra de su profunda sinceridad y del heroísmo con que en su momento dio un vuelco completo a sus ideas y a su vida. Se ha ganado bien el derecho a ser tenido como uno de los héroes de la dignidad humana.
Carolyn Moynihan es editora adjunta de MercatorNet.